RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS REVISTA Nº 76

CARDÚS, S., Bien educados. Una defensa útil de las convenciones, el civismo y la autoridad. Prólogo de Josep M. Espinàs. Trad. de M. Florenciano. Paidós, Barcelona, 2006, 136 pp.

Publicado originalmente en catalán, hace tres años, con el título de Ben educats y el subtítulo de Una defensa útil de les convencions, el civisme i l’autoritat, aparece ahora en una traducción al castellano que mantiene un título y un subtítulo tan expresivos como significativos de y para la sociedad de nuestro tiempo. Su autor, Salvador Cardús i Ros, es profesor titular de Sociología en la Universidad Autónoma de Barcelona, ha investigado en el campo de la sociología de la religión, la cultura, los medios de comunicación y los fenómenos nacionales, y ha publicado, entre otros libros, Saber el temps, Algú sap cap on anem?, Política de paper, Concili amb folre i manilles y El desconcert de l’educació, un gran éxito constantemente reeditado. Presenta su nuevo trabajo
advirtiéndonos de que «no es ni mucho menos un ensayo cerrado y definitivo, sino una serie de propuestas abiertas al debate. Así pues, tómenlas como lo que son: sugerencias con el objetivo de reorientar una discusión que actualmente se ha reavivado quizás exageradamente y que considero que, en general, está mal dirigida porque se lleva a cabo con los argumentos tópicos de siempre. En este libro propongo criterios para retomar el tema clásico de la educación del civismo, si bien planteando una propuesta alternativa.» Propuesta cuya calificación de modesta y ambiciosa justifica en estos términos: «Es modesta porque mi intención no es dar lecciones precisas sobre cuál es el comportamiento cívico que más conviene hoy por hoy. Cierto es que tengo mis preferencias y que, a algunas de éstas, se les va a ver el plumero; sin embargo, no es mi propósito defenderlas concienzudamente. En cambio, sí es una aportación ambiciosa, puesto que quiero hablar de civismo desde una perspectiva poco habitual, una perspectiva que reivindique la importancia de las formas y convenciones como herramienta no sólo para el buen entendimiento sino también para el cambio social. Es decir, mi intención es liberar las convenciones sociales del estigma que acarrean de ser conservadoras y, a su vez, pretendo proponerlas como herramientas prácticas de transformación social al servicio de la convivencia y el progreso. El civismo, pues, al servicio de la crítica social, no de los reaccionarios.» Lo que corrobora el prologuista, Josep Maria Espinàs, al afirmar que «las formas, como subraya Cardús, constituyen instrumentos de socialización que a su vez son recursos útiles para comunicarse adecuadamente.» Por ello confía en que este libro muestre «una nueva visión positiva, creativa, muy actual del civismo a quienes quizás han creído que no había territorio posible o fértil entre una "urbanidad" anacrónica y una espontaneidad sugestiva si bien socialmente improductiva», a la vez que no sólo tranquilice a quienes creen que sin "formas" no hay posibilidad de convivencia ni de progreso, sino que dé ánimos «a los que nos sentíamos inquietos ante el "descrédito de la civilidad", y, asimismo, ante el menosprecio del rigor formal como base del aprendizaje de la maduración ―en la escuela, en el mundo familiar, en el ámbito de trabajo, en las actividades públicas―.»Esta defensa de las formas y las convenciones, se entiende que de las buenas formas y las maneras convencionales, la hace Salvador Cardús ilustrándola con el dicho que recomienda no poner el carro delante de los bueyes: para él, las formas son los bueyes, que tienen la fuerza y hacen el trabajo, mientras que el fondo es el carro, en el que se contiene lo valioso que queremos conservar y llevar con nosotros. Sin bueyes, los mejores carros ni siquiera pueden iniciar el recorrido del camino; al igual que unos carros mal tirados, por muy bien encaminados que estén, no llegarán a alcanzar su meta. Si, por tanto, los bueyes, unos buenos bueyes, deben ir colocados delante del carro, ha de contarse con unas buenas formas que permitan adquirir y expresar la bondad de la mejor manera posible, puesto que hay una estrecha relación entre las formas o las convenciones y la educación o la valoración moral: «si bien sigo sosteniendo que ser bien educado ―en el sentido de saberse comportar cívicamente― y ser buena persona no significan exactamente lo mismo, no es menos cierto que la bondad también se educa a través de las formas. En alguna ocasión he llegado a afirmar, forzando la idea, que "en educación, las formas son el fondo". No cabe duda de que es una exageración, aunque también un recurso para recordar que una bondad sólida y madura no puede ser educada con malas maneras ni puede expresarse con grosería.»(p. 35)

A la vista del debate abierto en torno al civismo o la educación cívica ―con una urgencia en ocasiones tan desconcertante como ineficaz y unos planteamientos acerca de la pérdida de valores o la falta de principios, que a Salvador Cardús no le parecen pertinentes―, pero sobre todo por las consecuencias de no pocos comportamientos incívicos que se vienen produciendo en los últimos años, el autor propone el texto a modo de autocrítica generacional de los adultos y mayores de hoy por los errores que se han podido cometer en la educación de las generaciones de los ahora niños y jóvenes.
Entre estos posibles yerros, S. Cardús incluye el fomento de la espontaneidad y el recurso a la motivación. Su crítica a la espontaneidad se basa en que esta supuesta cualidad positiva es lo más contrario al buen gusto: en la vida social no existe, pues comportaría desorden y confusión, no siendo lo que parece, y lo que parece es una falacia, al esconder un sistema de normas que se avergüenzan de ser tales y tienen que disfrazarse. Por eso denuncia la función ideológica del espontaneísmo: una forma de engaño que enmascara nuevas formas de disciplinación social, dado que «la confianza en la espontaneidad debilita la posibilidad de un autoconocimiento personal crítico, algo que tan sólo es posible si se educa la fuerza de voluntad. En este sentido, el espontaneísmo es la ideología que excusa la falta de maduración emocional de los individuos. A su vez, hay casos en los que a la espontaneidad debería atribuirse la acentuación de una cierta intolerancia social, porque la falta de respeto a las convenciones crea una sensación de inseguridad que provoca que los individuos terminen reaccionando con miedo y a la defensiva, extendiendo entre la población un pensamiento reaccionario práctico. Además, creo que puedo afirmar sin equivocarme demasiado que jamás ha habido un cambio social relevante debido a un movimiento espontáneo: ningún progreso, ningún avance en la civilización, ningún caso de emancipación colectiva ―ni una sola revolución que haya tenido éxito― han sido verdaderamente espontáneos.»(pp. 69-70)
En cuanto a la motivación, su crítica es doble: Por una parte, el que la usual invocación y práctica de la motivación ha generado una estrategia educativa que se ha utilizado para ejercer el poder sin que éste se note. «La astucia ―sostiene el autor― consiste en conseguir que el subordinado haga lo que se desea sin que se dé cuenta de ello, a fuerza de motivarlo. Dicho de otro modo: la motivación oculta la autoridad. Una motivación que permite ejercer el poder sin pasar por la necesaria legitimación que lo convierte en autoridad»(p. 76). Por otra, el que la motivación es la expresión escolar políticamente correcta de la seducción, y ésta puede ser una forma de ejercicio autoritario del poder, que consigue de quien ha sido seducido que obedezca inconscientemente a un poder que oculta su rostro y actúa de forma perversa. De aquí que, «si la educación dependiese tan sólo de la capacidad que tenemos para motivar y la redujésemos a esa clase de seducción persuasiva que antes comentaba, entonces también estaría muy cerca de la idea de adoctrinamiento y propaganda.»(p. 81) No es por eso extraño que, cuando, como resultado de la aplicación de esta teoría de la motivación, se confunde educación con seducción, se recurra a la publicidad para educar; pero de este modo «la educación que, en enmascarando la autoridad, ha acostumbrado a los chicos y chicas a la seducción, pese a que se había creído de buena fe que seguía una pedagogía antiautoritaria, puede haber estado haciendo el trabajo sucio de la sociedad de consumo. Dicho de otro modo, quizá los niños y niñas han sido entrenados para responder a la motivación seductora de la publicidad y, por ende, se ha contribuido a debilitar la fuerza de voluntad individual que les hubiese permitido resistir mejor la tentación del mercado.»(p. 82)
Entiende el profesor Cardús que en los problemas y conflictos detectados sobre la educación cívica subyace una crisis comunicativa, que afecta a la educación en general, consistente en «la situación provocada por el desconcierto actual, fruto, a su vez, tanto de la confusión de objetivos como de las formas de organización que se ponen al servicio de estos confusos objetivos educativos en nuestra sociedad.»(p. 104) Para su resolución propone el estar bien comunicados al objeto de tener una mente bien organizada y de contar con una buena organización. Por ello las diferentes materias que se enseñan en los centros docentes no han de pretender la consecución «de saber por saber, sino de saber a fin de entrenar un pensamiento que tiene que ser ordenado»(p. 112), a la par que debe organizarse una buena convivencia entre los que comparten un mismo espacio educativo no sólo tratando de conseguir una razonable «organización del tiempo ―un asunto comunicativo de primer orden―, sino también de organizar todas las formas de relación entre los que forman parte de la comunidad educativa.»(p. 114)
En el apartado que lleva por título "Domesticar, es decir, crear lazos", inspirado en el relato de El principito, el autor enuncia cinco condiciones de toda educación cívica, tomando como hilo conductor el capítulo xxi del texto de Antoine de Saint-Exupéry: primera, el reconocimiento del lugar al que se pertenece; segunda, el compromiso con las realidades concretas a las que se está vinculado; tercera, la paciente dedicación del tiempo necesario a lo que se quiere conocer; cuarta, el empleo de gestos convencionales en lugar de una retórica confusa; quinta, el uso de ritos o rutinas que hagan reconocible un entorno capaz de dar sentido a la vida.
Salvador Cardús termina el libro con un apunte final que titula "Civilidad y progreso". Tras recordar que su propósito no es otro que la reivindicación de la educación cívica o la civilidad al servicio de un proyecto social de progreso, indica cuáles son los principales vicios causantes de la mala educación y las virtudes fundamentales que posibilitan la buena educación: «Creo que la impaciencia, junto con la prisa que ésta suele comportar, la desmesura y la invasión del espacio que ocupan los demás, así como el derroche de recursos ―y no exclusivamente materiales― son las tres principales cartas de visita de la mala educación», mientras que «las virtudes que deben entrenarse para una buena educación son la paciencia, la templanza y la sobriedad.»
Acaso sea conveniente que, pues existe en el Diccionario de la lengua española el verbo "maleducar", los miembros de la Real Academia Española se decidan a incluir en el mismo el de "bieneducar". Me parece que nos está haciendo mucha falta.


José A. Martínez