RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS REVISTA Nº 76

RUBIO CARRACEDO, J., Ciudadanos sin democracia. Comares, Granada 2005. 296 páginas.


El último libro de José Rubio Carracedo, profesor de filosofía de la Universidad de Málaga, gira en buena parte en torno a la cuestión de la regeneración democrática, tanto en España como en el resto de países que aplican el modelo de la democracia liberal, y extrae la mayor parte de su atractivo de los dardos que van dando en la diana de unas prácticas antidemocráticas alojadas en el corazón de la democracia y que nos mantienen tan alejados de su definición canónica: gobierno del pueblo por el pueblo.
Ciudadanos sin democracia se compone de tres partes, de las que destaca, tanto en extensión como en densidad de contenido, la primera, dividida a su vez en cinco capítulos. El primero muestra la importancia que tendría una educación cívica para la formación de una ciudadanía que se postulara como protagonista de la democracia actual. En la actual democracia española, denunciada como puramente clientelar, los dirigentes actúan de arriba abajo, jerárquicamente, sin apenas control por parte de sus electores. Sólo una educación para la ciudadanía democrática, insiste Rubio Carracedo, permitiría la conformación de una verdadera comunidad política y de unos ciudadanos verdaderamente deliberativos y participativos.
Siguiendo los pasos de Tocqueville y de John Stuart Mill, quienes procuraron en su día alcanzar una síntesis entre los requerimientos liberales y los ideales republicanos, el segundo capítulo postula un modelo de participación democrática liberal-republicano, cercano al republicanismo y simpatizante hasta cierto punto con el comunitarismo. 
El tercero prosigue la crítica al enfoque puramente liberal de representación indirecta y propone un Consejo de Control de los partidos que permita eliminar las tentaciones de caudillaje o la financiación ilegal.
El cuarto capítulo constituye una crítica al mecanismo paritario que lleva a ciertos grupos de presión a obtener cuotas de representación no ajustadas a su verdadera fuerza o mérito.
El quinto capítulo dibuja una teoría de la civilidad como primacía de lo público y del sentido cívico a partir de las teorías del contrato social de Hobbes, Locke y Rousseau.
La segunda parte del libro se ocupa del diálogo intercultural y de sus presupuestos inexcusables (universalidad de los derechos humanos) en unos países cuya población (“ciudadanía multicultural” o “compleja”) se encuentra cada vez más mezclada desde el punto de vista étnico, lingüístico y religioso. En el séptimo capítulo se valora la necesidad de elaborar una ética cosmopolita a partir del diálogo entre culturas. En el octavo capítulo, dedicado a la bioética, recomienda la prudencia de considerar caso por caso los desafíos de la revolución biotecnológica, no exentos de riesgos, incluyendo los aspectos médicos y de investigación. Descarta el apriorismo, tan extendido, según el cual la bioética se limita a defender intereses conservadores.
La tercera parte se compone de tres capítulos en torno a la teoría democrática de Rousseau y su inspiración republicana, así como su aceptación del modelo de representación directa.
Conviene señalar las condiciones inexcusables que, acertadamente, señala Carracedo para una regeneración democrática en nuestro país, aparte de otras que señala en diversos lugares, como el límite máximo de seis años para los gobernantes en el cargo público, la rendición pública del estado patrimonial y financiero al ocupar el cargo o la celebración de unas elecciones primarias que reflejen los deseos de las bases y no sólo de la cúpula del partido. Este es su resumen. 1) Listas abiertas de candidatos en vez de las actuales listas cerradas que impiden elegir a los electores para obligarles simplemente a refrendar la decisión de la cúpula del partido. 2) Programa de gobierno, presentado por todo candidato, ampliando personalmente la base del programa de su partido y tomando en cuenta los puntos solicitados por sus electores. 3) Rendición de cuentas, tanto a los electores nacionales como a sus electores de distrito. 4) Revocabilidad política. El representante es responsable personalmente ante sus electores del incumplimiento de su programa y deberá, por tanto, abandonar su puesto en cuanto pierda la confianza de esos electores.


Miguel Catalán