RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS REVISTA Nº 76

SCHRÖDINGER, E., La naturaleza y los griegos. Traducción y prólogo de V. Gómez Pin. Tusquets, Barcelona 2006, 132 páginas.


Esta es la segunda edición del curso impartido por el premio Nobel Schrödinger, mediante el cual se adentró en Grecia y aconsejó atender a los pensadores de la Antigüedad.
Schrödinger analiza el concepto griego de physis para lo que lee y  reflexiona sobre textos de los presocráticos. La importancia de estos pensadores consiste en que por primera vez lanzaron la idea de que la naturaleza puede conocerse y que hay una disciplina que se encarga de ello. La naturaleza tiene un soporte conceptual que no se puede olvidar y su misma base se identifica con el centro mismo de la filosofía, que se ocupa del ser.
Se trata de unas conferencias que Schrödinger impartió en Londres, durante cuatro días de mayo del año 1948. La primera explica las razones para retornar a los griegos, porque le parece obvio que haya que volver a las raíces. Además, en los griegos hay un “altamente avanzado y articulado sistema de conocimiento y especulación” (página 29), en el que cualquier tema podía ser tratado, ya que todavía no existían las limitaciones y compartimentos que tenemos hoy. Los griegos gozaban de una verdadera “libertad de pensamiento” (página 35).
La segunda intervención analiza la rivalidad entre la razón y los sentidos para concluir en que la construcción intelectual pura necesita de las percepciones sensibles como base. Cita el fragmento D 125 de Demócrito en el que aparecen debatiendo la razón y los sentidos, admirando Schrödinger la brevedad y claridad con la que se plantea el problema. Así contestan lo sentidos a la razón: “Pobre intelecto, ¿esperas acaso vencernos mientras de nosotros tomas prestada tu evidencia? Tu victoria es tu derrota” (página 51).
La tercera exposición está dedicada a los pitagóricos, que afirmaron que las cosas son números, descubrimiento que tendrá importantes consecuencias en la historia.
En cuarto lugar reflexiona sobre la cultura jónica, que trató de explicar el mundo según se lo ofrecían los sentidos. Aquí nace la ciencia y a Tales se le considera el primer científico del mundo. La razón es que cayó en la cuenta de que el mundo podía ser comprendido sólo con observarlo atentamente. Schrödinger considera que este primer paso “fue de una importancia suprema” (página 80). Pronto vendría un segundo paso para afirmar que el mundo está constituido por la materia. Por eso ambas naturalezas, la orgánica y la inorgánica, “están unidas inseparablemente” (página 90).
Schrödinger hace sugerencias sobre la religión por medio del análisis de fragmentos de Jenófanes y Heráclito. El reconocimiento del poder de los dioses no impide a Jenófanes ser un agnóstico ni a Heráclito seguirle en esto. Admira la afirmación de Heráclito de seguir lo común y se sorprende de que en fragmentos tan arcaicos se puedan encontrar pensamientos verdaderamente profundos.
Por fin, en los epígrafes seis y siete se pregunta si la antigua teoría atomista es “la verdadera precursora de la teoría moderna” (página 101). A esta interesante cuestión responde con varias sugerencias. La primera es que el proceso seguido por la naturaleza se puede entender y que “la ciencia en su intento de comprender y describir la naturaleza simplifica el problema al que se enfrenta” (página 121), tratando de objetivarlo, por considerar que el sujeto de conocimiento se encuentra fuera, en lugar de verse integrado en la misma naturaleza. Por esta razón la visión científica del mundo no implica valores, siendo esto una simplificación falsa, que ha llevado a la ciencia a no tener ninguna respuesta sobre el destino o finalidad del mundo.
Schrödinger concluye su reflexión manifestando que tiene “la sensación de que ningún pensamiento completado durante todo este tiempo habrá sido pensado en vano” (página 128).
Me parece magnífico que un científico de la talla de Schrödinger, dedicado a la formulación matemática de la mecánica cuántica se ocupe del pensamiento filosófico en sus orígenes. Claro que no es tan extraño, en quien mostró siempre preocupación por las implicaciones sociales de la tecnología y los aspectos humanísticos de la ciencia. Leyendo a estos científicos excepcionales podemos descargar las muchas miserias en que hemos convertido el pensamiento y lo científico dividiéndolo en áreas y especializaciones de manera que sólo sea accesible a los iniciados. No debería ser así, pero lo es, desgraciadamente.


Julián Arroyo