REVISTA Nº 68       Abril-Junio de 2004

QUE NO SE NOS OLVIDE

(entre el horror, el recuerdo y la esperanza)

Cuando se están escribiendo estas líneas (mediado el mes de marzo) se acaban de producir tres sucesos especialmente importantes para todos: los horrorosos atentados del 11-M, con sus descarnadas consecuencias de intensísimo dolor (a día de hoy son ya 191 víctimas mortales y 1.806 heridos), las multitudinarias manifestaciones de más de once millones de ciudadanos dolidos e indignados del día 12, y, por último, la victoria del Partido Socialista (o la derrota del Partido Popular, según se interprete) en las Elecciones Generales del día 14. Cuatro días de marzo que quedarán en la memoria más viva de todos por el dolor y la rabia, por el estupor y la indignación, por el desencanto y el desánimo, por la esperanza de recuperar alguna vez la ilusión.

Ante todo esto, casi es inevitable recordar al viejo Aristóteles advirtiéndonos en su Politeìa que así como el hombre es el mejor de los animales, apartado de la ley y de la justicia es el peor de todos, porque está naturalmente dotado de armas para servir a la prudencia y a la virtud, pero puede usarlas para las cosas más opuestas. Y, efectivamente, cada uno de nosotros ha podido ver durante estos pocos días nítidos ejemplos de ambos usos.

Hemos visto el mal en estado puro, en la más perversa y cruel planificación para esparcir el dolor, cuanto más, mejor, entre seres humanos anónimos, impúdicamente utilizados como carne y sangre que empaparan las primeras páginas de los medios de comunicación, como descarnados ejemplos de lo que nos puede ocurrir a cualquiera de nosotros. El mal siniestramente planificado y calculado. La inteligencia pervertida hasta alcanzar el más repugnante de sus usos: el mal, el dolor, la crueldad, el desprecio de lo más valioso –la vida y la dignidad- recordándonos que eso lo hace el propio ser humano, que, lamentablemente (¡y cuánto nos consolaría que así no fuera!), los asesinos son también seres humanos.

Pero también hemos visto otras cosas: el altruismo, la generosidad y el coraje más admirables y gratificantes de cientos de incansables profesionales y voluntarios dándose a los que sufrían, dándoles ayuda, dándoles salud, dándoles su mano y su cariño. Ciudadanos tan anónimos como las víctimas compartiendo su dolor (eso son la com/pasión y la sim/patía, el páthos compartido entre humanos que recíprocamente se reconocen como tales). Ciudadanos apretándose en las calles viviendo todos ellos un mismo dolor: el de aquellos a los que les han robado su vida, el de sus familias y amigos, el de los humanos horrorizados ante el mal. Hemos visto a la ciudadanía  dando lo mejor de sí misma.

Y hemos visto cómo esos mismos ciudadanos, con la tristeza en los ojos, acudieron masivamente a las urnas y eligieron democráticamente.

Cuando ocurre una gran conmoción, cualquier suceso nos parece trivial, cualquier preocupación cotidiana nos parece banal, cualquier atisbo de alegría,  impúdico; y tal vez por eso, más allá de unos pocos ejemplos particulares, ni los derrotados en las urnas se rasgaron las vestiduras, ni los vencedores exteriorizaron su triunfo con euforia. Pero lo cierto es que el nuevo Gobierno tendrá que tomar decisiones porque, aun mutilada y herida, la vida debe seguir. Y algunas de esas decisiones afectarán directamente a nuestra tarea de enseñar. La  prevista reforma de la L.O.C.E. inevitablemente incidirá en nuestro trabajo diario en los próximos años.

Desde estas páginas, fuera cual fuere el Gobierno, hemos venido insistiendo en algo que sinceramente creemos que está en el ánimo de los profesores: que el sistema sea estable, que no esté sujeto a continuos cambios, que no se añadan más dificultades a las que ya de por sí tiene nuestro trabajo. Y entendemos que eso sólo es posible mediante un acuerdo extenso de las partes: Administraciones Central y Autonómica, profesores, Sindicatos, Patronales, Asociaciones de Profesores, de Padres y de Estudiantes y cuantos sectores se vean implicados. Llámese Pacto de Estado o como se quiera, pero hágase de una vez por todas.

El Gobierno saliente, es verdad, pidió opiniones, pero no escuchó; se reunió innumerables veces, pero no negoció. Tal vez sus ideas eran tan evidentes para ellos que no tuvieron ojos más que para sí mismos y quienes les daban la razón. Y ése no es el modelo. Esperemos que el nuevo Gobierno asuma esta tarea y consigamos entre todos una educación de la máxima altura intelectual y moral de la que todos podamos sentirnos orgullosos. Esta Sociedad de Profesores de Filosofía intentará modestamente contribuir en lo que pueda y sepa, si hay ocasión.

A pesar del dolor, de la indignación y de la rabia, nos queda siempre la palabra y nos resta un aliento de esperanza. En eso consiste la consolación de la filosofía ante el horror de la violencia y de la sinrazón.

Que no se nos olviden los muertos, que no se nos olviden los que probablemente aún están sufriendo, que no se nos olvide que una parte importante de nuestro trabajo consiste en enseñar la dignidad humana para que crueldades como las vividas estos días no puedan repetirse, que el luto no nos haga olvidar que todos tenemos la obligación de construir un mundo más habitable y, en el mejor sentido del término, más humano.