REVISTA Nº 80                                               

 

ÉTICA Y DAÑOS COLATERALES

 

            El título de este Editorial responde a una reflexión compartida por muchos colegas dedicados a la enseñanza de la Ética y de la Filosofía en Centros de Secundaria desde hace mucho tiempo. Se trata de ejemplificar con este símil bélico las enormes tensiones a las que hemos estado sometidos durante muchos años los docentes de estas materias y de cómo la enseñanza de la ética se ha visto envuelta siempre en España en las disputas ideológicas y políticas entre el poder clerical y el gobierno de turno. Para comprenderlo es preciso recorrer brevemente las vicisitudes que ha tenido la materia de Ética en la Educación Secundaria a lo largo de toda la etapa democrática de nuestro país.

            En el año 1980, en pleno estío vacacional, el ministro Otero Novas, a la sazón ministro democristiano de Educación y Ciencia, promulgó una Orden por la que se implantaba la Ética como materia alternativa a la Religión y Moral católicas en todos los cursos de Bachillerato con dos horas semanales, las mismas que las asignadas a Religión. Esta materia era obligatoria para todo el alumnado que no optase por la enseñanza confesional del catolicismo. De este modo se legislaba de modo absurdo que la ética cívica, racional y autónoma, era algo obligatorio solamente para algunos ciudadanos y, en cambio, para otros, era suficiente e incluso deseable, que recibieran su educación cívica en el marco de la enseñanza confesional de la moral católica. Es decir, se estaba ya propugnando por parte de aquel gobierno de 1980 lo mismo que ahora defiende la jerarquía católica; que es más importante formar en el seno de la escuela pública a los fieles de la Iglesia que a ciudadanos respetuosos con la libertad de conciencia y con todas las opciones políticas, morales y religiosas. Entonces no se invocaba por parte de nadie la libertad de asistir o no a clase de ética, ni la objeción de conciencia ante una obligación impuesta a todos los españoles por unos Acuerdos extraconstitucionales negociados entre el Vaticano y el Estado español en 1978. Peor aún, durante muchos años, el profesorado de Filosofía asistió estupefacto al espectáculo inmoral de que la ética era impartida en muchos Institutos públicos por cualquier profesor de Secundaria, era menospreciada por la Administración y era objeto de mofa y burla por muchos autodenominados profesores progresistas. ¿Dónde estaban entonces todos aquellos a los que ahora se les llena la boca con la palabra ética, la objeción de conciencia y la rebelión cívica?

            A esta situación de desprecio oficial se opuso siempre la Sociedad Española de Profesores de Filosofía (SEPFI) y otros colectivos del profesorado de Filosofía, porque pensaban y siguen pensando que la ética es un elemento esencial de la formación del alumnado y que puede contribuir a mejorar la convivencia en los centros educativos y en la sociedad multicultural en la que vivimos. No se trata de que la ética vaya a solucionar todos los problemas morales y sociales de nuestro tiempo, pero sí de que puede proporcionar herramientas intelectuales para el conocimiento de la conducta moral del ser humano y para la mejora de la convivencia en los centros educativos y en la sociedad.

            En el año 1990 la LOGSE dio un paso decisivo hacia la autonomía de la ética al desvincularla de la religión católica y al considerar que su estudio debía ser obligatorio y común para todo el alumnado de 4º de la ESO. Sin embargo solamente propuso dos horas semanales en un curso; con lo cual nuevamente la educación ética y cívica quedó sumamente diluida. El gobierno socialista de entonces cedió a las peticiones de la comunidad filosófica a regañadientes, pues eran los tiempos en que se preconizaba la transversalidad como el único método de educación en valores y  era el tiempo de los “psicólogos de gabinete” que pensaban imponer las reformas educativas a golpe de decreto. La experiencia de los docentes ha corroborado lo que muchos pensábamos ya entonces: que la transversalidad no ha funcionado en la mayoría de los Centros de Secundaria y que la ética es insuficiente para colmar el vacío de educación ética y cívica de nuestro alumnado adolescente.  Todavía hoy se sigue debatiendo entre los partidarios de la transversalidad y los defensores de una materia específica y la conclusión parece evidente. No se puede conseguir una educación cívica y ética en los Centros educativos sin la colaboración de todos en un Proyecto educativo conocido y asumido por todos los estamentos de la comunidad escolar; pero también es cierta la tesis de que la cultura profesional del profesorado de Secundaria y la complejidad del funcionamiento de los Institutos de Secundaria aconsejan que se imparta una materia específica sobre educación ética y cívica. No son, por tanto, propuestas antagónicas, sino complementarias.

            Con la aprobación de la LOE en 2005 la ética se vio de nuevo involucrada en la polémica política e ideológica sobre la nueva materia de “Educación para la Ciudadanía” que se va a implantar en un curso de Primaria y en dos de la ESO. La comunidad filosófica no ha participado en el diseño de la materia de “Educación ético-cívica” de 4º de la ESO, cuyo curriculum es, en realidad, una remodelación de la actual ética.  De nuevo los “daños colaterales” que se pueden proyectar sobre la materia de educación ético-cívica derivan, por un lado, de la beligerancia clerical contra ella y, por otro, de las ambigüedades del Ministerio de Educación a la hora de plantear el tema ante el profesorado y ante la sociedad.

El profesorado de Filosofía ha visto atónito cómo el Real Decreto de Enseñanzas Mínimas sobre la ESO (BOE del 5 de enero de 2007) ha sido “obedecido”  fielmente por la mayoría de las Comunidades Autónomas para dejar las materias de “Educación para la Ciudadanía” en una hora semanal en varios cursos de la ESO, impidiendo de este modo cualquier intento serio de impartir dignamente dicha materia. No se trata de una obtusa reivindicación de horas lectivas para el profesorado de Filosofía, sino de constatar una vez más que una materia que dispone de una hora semanal es oficialmente un apéndice curricular ridículo e insignificante; es una asignatura “maría”. Y eso es contradictorio con todos los preámbulos de la LOE y de los Decretos del MEC en los que se da una enorme importancia a la competencia social y cívica como una de las competencias básicas que debe lograrse en el alumnado. ¿Tanto ruido para tan pocas nueces? ¿O es que se piensa que la transversalidad va a funcionar realmente en los Centros de Secundaria por arte de magia sin poner los medios adecuados?

Si repasamos la historia de la ética en nuestro sistema educativo desde 1980 hasta hoy, podemos obtener algunas conclusiones sobre los hechos narrados hasta aquí. Por un lado, la Iglesia católica española no ha cedido un ápice en sus pretensiones de ejercer el control moral de la niñez y de la adolescencia a través de sus clases de religión y moral católica en todos los centros públicos; así lo confirma el último documento de la Conferencia Episcopal Española (20 de junio de 2007). De ahí su oposición radical a la “Educación para la ciudadanía y los derechos humanos” en nombre de su moral y de su “libertad ideológica y religiosa”. Por otro lado, se constata una vez más que el Ministerio de Educación sigue viendo en la ética una materia acomodaticia y sin valor propio, ya que se puede incluir en las Ciencias Sociales cuando conviene y se puede impartir además en condiciones absolutamente despreciables. Mientras que las materias instrumentales como la lengua y las matemáticas tienen asignadas lógicamente cada vez  más horas lectivas, parece pensarse que la educación en valores morales, cívicos y democráticos no tiene la menor importancia curricular ni social.
 
            Por último, queremos señalar que el profesorado de Filosofía de Secundaria sigue constatando que la filosofía y la ética son utilizadas de forma interesada por los responsables del poder político para obtener réditos ideológicos ante sus incondicionales. Según parece, para las autoridades educativas desde 1980 hasta nuestros días, las materias filosóficas constituyen un fondo ideológico que se puede manejar alegremente según los intereses políticos coyunturales, sea al servicio de la Iglesia o del Estado. Y lo cierto es que la autonomía de la razón y la actitud de rebeldía cívica que siempre ha demostrado la auténtica filosofía no pueden ser instrumentalizadas por el poder sin caer en la manipulación ideológica y en la claudicación moral del profesorado.  No se puede admitir que la política y la religión por medio de sus instituciones oficiales ahoguen nuevamente la racionalidad filosófica en el vaivén de sus luchas partidistas y sectarias.