RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS REVISTA Nº 76

GARCÍA ROCA, J., El mito de la seguridad. PPC, Madrid 2006, 187 páginas.


No se trata de jugar con un título ambiguo o irónico, sino que por mito se entiende que, estando las cosas como están, habría que luchar para que en algún momento se encuentren como debieran ser. En efecto, las situaciones en las que vivimos son muy inseguras, pero para controlarlas no se requiere introducir el terror, bajo capa de crear seguridad, porque entonces la seguridad aumentará a buen seguro. ¿No sería mejor buscar las causas de tal inseguridad y atajarlas en su raíz? Desde luego, vivir en inseguridad arruinará el proyecto de civilización de Occidente y en esto nos va la destrucción de la posible realización de los seres humanos.
García Roca aborda, en primer lugar, los dominios de la inseguridad, que encuentra en la casa, en la sociedad, en la pobreza y desigualdades, en las violencias y los atentados, los riesgos, el domino, las humillaciones y las exclusiones. Y lo hace de una forma muy asequible, que puede seguirse con facilidad, porque aprovecha situaciones conocidas y familiares, como terremotos, tsunamis, huracanes, Torres Gemelas, atentados terroristas, Chernobyl, etc., que son sucesos desgraciadamente bien conocidos y actuales.
Una vez establecidos los lugares comunes en los que domina la inseguridad, podemos dar un paso más para avanzar en positivo y construir la seguridad. Tal construcción necesita, al menos, de tres esferas: libertad, justicia y realización personal en una vida buena.
En cuanto a la justicia, el autor sintetiza así el tema: “La retirada de las responsabilidades públicas y el consabido adelgazamiento del Estado en la producción de los mínimos de justicia no señalan ningún futuro para una sociedad más segura” (página 71). En efecto, las concepciones neoliberales reducen gastos sociales, proclamando que el Estado tiene que imponer los controles necesarios y ahorrar gastos para ser sustituidos por el esfuerzo individual y el trabajo competitivo. Garantizar los derechos civiles es tarea del Estado, pero los derechos económicos los garantizará las empresas en función del rendimiento de los empleados.
Por otra parte, sin seguridad no puede haber realización personal, por lo que no es solamente una responsabilidad privada, sino colectiva de la comunidad. Sin embargo, la libertad es un bien en sí mismo, mientras que la seguridad es un medio necesario para ejercer la libertad. En la actualidad, nos estamos dejando convencer por la idea de que merece la pena perder algunas libertades a cambio de la seguridad, priorizando ésta frente a aquélla y convirtiendo en fin lo que es solamente un medio o instrumento de realización humana.
El tercer capítulo plantea los dilemas de la seguridad, que se reducen al interrogante general de si la seguridad puede ejercerse contra ella misma. No se está planteando con esto ningún disparate, porque en lo que va del siglo XXI las intervenciones denominadas humanistas han producido muchos miles de muertos civiles. ¿Acaso son necesarias estás muertes para que el conjunto de la sociedad viva segura? ¿No estaremos propiciando la seguridad de los muertos o la paz de los cementerios, a la que Kant denominó paz perpetua?
Otro dilema es si el poder político produce seguridad o más bien lo contrario. Parece que debería crear seguridad, pero G. Roca afirma de modo contundente en relación con la guerra de Irak que “la defensa militar y política ha producido mayor inseguridad” (página 89). En esta caso concreto lo que ha sucedido es la mayor inseguridad nunca conocida. Menuda paradoja.
¿Produce seguridad el dinero? En cualquier caso, la seguridad se ha mercantilizado, mientras que se debilitan progresivamente los derechos sociales universales.
Y nuestra sociedad globalizada, ¿engendra seguridad? Parece evidente que no, estamos sin instituciones políticas fuertes que la garanticen, sólo se acude a la defensa militar, que procede como dique de contención de la inseguridad, pero que no ataca sus causas que traen consigo conflictos de toda clase, como “la desesperación económica, la injusticia social y la opresión política” (página 123).
También la seguridad desfigura la realidad. Por ejemplo, cuando se dice que no se puede compatibilizar con la libertad, siendo, por tanto, excluyentes ambas. O cuando se rechaza la diversidad a favor de la seguridad. O cuando se dice que no es posible arreglar los conflictos dialogando, sino que el camino consiste en imponerse a los mismos con mano dura.
Frente a las desfiguraciones, García Roca establece los generadores de seguridad en el último capítulo. En mi opinión, es uno de los capítulos mejores pensados y hacen una innegable propuesta desde la perspectiva de futuro. Afirma que “la diversidad cultural… es un generador de convivencia” (página 135) porque la libertad cultural elimina las represiones históricas por pertenecer a tal etnia, religión o raza. La libertad permite el intercambio cultural en lugar de los intentos de dominación ancestrales para que una determinada cultura se asimile a la de mayor vigencia. Y es aquí donde la interculturalidad tendrá sus mejores efectos.
Igualmente genera seguridad la tolerancia, que no es indiferencia frente a tantas arbitrariedades existentes, ni consiste en soportar pacientemente las injusticias o dejar que se las arreglen solos los que son distintos a nosotros. Tolerancia es la actitud de respeto ante las culturas por reconocer que la mía no tiene la verdad absoluta, pero que no impide denunciar los derechos inculcados, las desigualdades mantenidas y la dignidad pisoteada.
Los derechos humanos general igualmente seguridad, al afirmar y defender los valores de la civilización humana, y las religiones, que, aunque tienen dos almas pueden crear espacios de libertad, autonomía y encuentros personales, según el autor, incorporando “la relativización del mensaje religioso y ético” (página 162) e impulsando el reconocimiento de los otros, junto con las dimensiones de apertura y trascendencia.
Desde luego, hay que reconocer que, si todo esto, que García Roca ha expuesto con detalle, es lo que nos traerá la seguridad, estamos aún muy lejos del objetivo a conseguir. Por eso vivimos en sociedades cada vez más inseguras y con demasiados riesgos. Mas también es posible aproximarnos a la meta y avanzar el la buena dirección. Este libro nos ofrece pistas certeras, aunque no sean nada fáciles de conseguir.


Julián Arroyo