RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS REVISTA Nº 76

PARADINAS FUENTES, J. L., Humanismo y educación en el Dictatum christianum de Benito Arias Montano. Servicio de Publicaciones, Universidad de Huelva 2006, 232 páginas.


Presentar este libro constituye para mí un inmenso orgullo y una gran satisfacción. Orgullo y satisfacción produce leer en el prólogo, escrito por un especialista en Historia de la Educación de la UNED, que “representa un antes y un después en la historiografía pedagógica montaniana” (página 15). Igualmente, porque Paradinas es doctor en Filosofía por la Universidad de Salamanca, hace ya veinte años, y en 2002 presentó una tesis para otro doctorado  en Historia de la Educación, cuyo contenido es el núcleo de este libro. El año 2002 coincide con la preparación de la jubilación anticipada del autor por varias razones, entre las cuales  se encuentran las limitaciones para poder hacer cualquier investigación desde la Secundaria. La situación es aquí prácticamente insuperable y él no se resignaba a prescindir de esta actividad.
Bien sabemos que la Administración no contempla en el trabajo del profesorado de Secundaria la posibilidad de investigar. Es más, en la práctica casi lo prohíbe. Todo son pegas para que concedan un permiso de tan solo un par de días cuando hay que entrevistarse con el director de tesis, y más si es en lugar distinto al que se vive y trabaja. Lo de ofrecer el pasaje de avión ni se plantea. Estimular al profesor para que realice una investigación académica no entra en los planes de la Administración. ¿Para que necesita usted un doctorado, si no va a repercutir en su actividad de aula? ¿Qué sentido tienen pasar unos días consultando el archivo de otra ciudad? Como mucho se le concede permiso sin sueldo. ¿Asistir a un Congreso nacional o internacional? Pero esta gente que se piensa. Desgraciadamente, no me estoy inventando los interrogantes, que no son retóricos, sino bien reales.
Paradinas, que ha ejercido hasta su jubilación en Canarias (Tenerife) conoce bien de lo que hablo y sabe que las administraciones se equivocan en esto y cometen un magno error que sólo consigue agostar las mejores cabezas de la enseñanza secundaria y deprimir intelectualmente a su profesorado. También esto debería denunciarse como acoso, porque este nivel de enseñanza también tiene derecho a que en su seno exista la investigación y a que se reconozca como tal.
En el ambiente de mediocridad en que se encuentra la Secundaria el menosprecio por el nivel de investigación empobrece definitivamente todo lo que aún puede quedar de dignidad académica, pero las administraciones no reaccionan por más que se les pida una y otra vez.
A pesar de todo y contra viento y marea, Paradinas ha sacado adelante su investigación con nota sobrada, incluso teniendo que abandonar el saber para hacer sitio a la fe, como escribiera el bueno de Kant y que el agudo lector podrá interpretar en su justo sentido. Las administraciones no se merecen el profesorado que tienen, de lo contrario no racanearían tanto.
Este trabajo de Paradinas se presenta en una organización de tres partes. La primera establece el marco teórico en el que plantea la investigación, que es la educación en el humanismo renacentista. La tesis mantenida es que ni hay “un único modelo de Renacimiento, ni de Humanismo, ni de educación humanística” (página 40). Esto le obliga a precisar qué es lo que entiende por Renacimiento, por Humanismo y por Educación humanística. Por el hecho de que el Renacimiento se iniciara en Italia, el Renacimiento italiano no puede ser el único modelo. También en España hubo un movimiento de renovación cultural. El humanismo fue la base impulsora de aquel movimiento, que en España tuvo su transformación y evolución. Uno de los datos aportados es que Arias Montano acabó en el Índice de Sandoval  Rojas y en el de Zapata por “actuar como un humanista y no seguir los planteamientos de la escolástica” (página 88).
En cuanto al movimiento de renovación educativa de los humanistas tuvo un objetivo claro y contundente: “la formación del hombre en cuanto ser humano” (página 91). Esto puede parecer actualmente una obviedad, pero en el siglo XV no lo era, ni mucho menos, porque se perseguían otros fines muy distintos.
La segunda parte se centra en el análisis doctrinal del Dictatum  o Lección cristiana de Arias Montano. Aquí Paradinas analiza detalladamente la historiografía existente, encontrando que a Montano se le ha interpretado como un erasmista: “es uno de los grandes erasmistas españoles” (página 115), según el especialista francés M. Bataillon, quien ha orientado una línea seguida por todo el resto de los estudiosos de estas cuestiones. Pues bien, con rotundidad y sin complejos Paradinas argumenta en contra y cuestiona esta interpretación erasmista, demostrando que los rasgos caracterizadores de la misma no se dan en el pensador renacentista español Arias Montano. Achaca el error al escaso conocimiento del pensamiento español del siglo XV y defiende “el origen hispano de algunas doctrinas cuyo origen se ha buscado en el extranjero”. Tales doctrinas –continúa-  “eran ya defendidas por algunos humanistas españoles antes de que fueran difundidas en Europa por Erasmo” (página 123). Y concluye con que la obra de Montano es “un tratado de educación humanística más que un tratado de espiritualidad” (página 127), porque “propone una visión ética del cristianismo” (página 152).
La tercera parte es histórica para estudiar la cátedra de latinidad de Aracena, fundada por Arias Montano, en la que propone su concepción de la educación para la vida civil, no ya para la carrera eclesiástica. En esta cátedra es donde se lleva a la práctica el Dictatum christianum. Es interesante conocer las peculiaridades de enseñanza en la cátedra. Por una parte, recupera el latín clásico, cuyo modelo es Cicerón, y modifica el currículo tradicional sintetizado en el trivium  y el quadrivium medievales. Ahora importa más la retórica que la dialéctica y se introducen materias como poesía, historia, oratoria y filosofía moral. Por otra parte, el maestro de cátedra será civil y no necesariamente eclesiástico. Los alumnos no aspiran a una carrera eclesiástica, sino que son laicos y desean capacitarse para la vida civil.
En Aracena el catedrático imparte diariamente dos lecciones, de hora y media como máximo, mañana y tarde. La enseñanza es para todos, con la particularidad de que los nacidos en Aracena tienen la gratuidad en los estudios, mientras que los de fuera pagan una contribución modesta. La gramática latina sigue el modelo de Antonio de Lebrija y la educación cristiana el Dictatum, que atiende al componente ético del cristianismo, en lugar de a lo doctrinal y ritual.
El curso comienza el primero de octubre y termina a mediados de agosto. La financiación corre a cargo del patrimonio del propio Arias Montano. En estas condiciones la cátedra se mantuvo hasta 1860 y acabó desapareciendo, dada la escasez de recursos y la poca colaboración de las administraciones, que entonces se limitaban a los ayuntamientos. También influyó –y mucho- una educación educativa contraria a las orientaciones del Concilio de Trento.
No se puede dejar de contemplar con cierta melancolía un experimento tan importante como la cátedra de Arias Montano, que propuso un modelo de educación abierta a todos, con introducción de la gratuidad en la enseñanza, una ideología laica y civil, así como una educación de prestigio intelectual. Ya desde el Renacimiento disponíamos de una orientación hispana de la educación, que sólo volvería a renacer en el siglo XX. Como en tantas cosas, pudimos ser unos adelantados, aunque se impuso el fracaso definitivo. Hace bien Paradinas en poner ante nosotros una estampa de tanta actualidad como la educación humanista de Arias Montano. Hay que leer este libro y debatirlo. Nos enriquecerá, sin duda, y nos producirá el sano orgullo de poder comprobar la pluralidad y tolerancia de nuestros mejores antepasados.


Julián Arroyo