Conforme crece la normalización social, crece también la desaparición de la antigua personalidad. Ésta es incesantemente transferida al cuerpo colectivo y a sus ídolos conductores. Normalización y espectáculo, silencio de la existencia común y aullido de las masas tras sus líderes, son dos caras del mismo fenómeno. La delegación generalizada de autonomía que se produce en la democracia liberal toma también la forma de una trasferencia del carácter, que se deposita en la estrella pública. El drama de ésta consiste en que debe darle vida a una liquidación de todo lo que en la vida no sea espectacular ni cuantificable.
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