REVISTA Nº 77 Septiembre-Diciembre de 2006 |
A la espera de los currículos Anunciada la elaboración de los currículos para finales del próximo mes de diciembre de este mismo año, es de suponer que a estas horas se estarán cocinando en el horno de los expertos, mientras construimos el actual número de Paideía , y que ambos llegarán al profesorado casi simultáneamente. La práctica coincidencia nos proporciona la ocasión para reflexionar sobre las orientaciones fundamentales en las que parece que van a apoyarse. Según declaraciones recientes del Subdirector General de Ordenación Académica del MEC, Juan López Martínez, no se van a modificar mucho ni los horarios ni los contenidos, porque los horarios se encuentran a tope y los contenidos están sobrecargados. ¿Quedan entonces margen para hacer algo todavía? Desde luego que sí, se trata del enfoque . Todas las materias se van a orientar en la perspectiva del documento del Consejo Europeo sobre “las competencias clave para el aprendizaje permanente”. Es este un tema que puede tener gran interés para el futuro académico, además de constituir una recomendación del Parlamento Europeo para los Gobiernos de los países integrados, con posible influencia, además, en otros. Así pues, merece la pena detenernos en la documentación aportada, que será referente para el trabajo futuro. El Consejo Europeo comenzó los trabajos sobre este asunto en marzo de 2000, con una reunión en Lisboa, otra en 2001 (Estocolmo), una siguiente en 2002 (Barcelona) y, por fin, una última en noviembre de 2005 con un grupo de expertos que pulió el marco general. De este modo quedó elaborada una propuesta y una recomendación. La pregunta es qué competencias deberían adquirir los jóvenes en su aprendizaje para conseguir una educación de calidad. La respuesta conformará un marco de referencia común para Europa. Los expertos entienden por competencias “una combinación de conocimientos, capacidades y actitudes adecuadas al contexto”. Y por competencias clave las que “todas las personas precisan para su realización y desarrollo personales”. Pues bien, el documento establece ocho competencias clave y otras seis que se aplican a la totalidad del marco. Entre estas últimas se encuentran el pensamiento crítico, la creatividad, la capacidad de iniciativa, la resolución de problemas, la evaluación del riesgo, la toma de decisiones y la gestión de los sentimientos. En cuanto a las competencias clave están las siguientes: comunicación en lengua materna y en lengua extranjera, competencia matemática y en ciencia y tecnología, competencia digital, aprender a aprender, competencias interpersonales, sociales y cívicas, espíritu de empresa y expresión cultural. Sin entrar a valorar ahora las competencias establecidas y el contenido de las mismas, queremos ahora espigar en el conjunto para comprobar si la filosofía tiene algo que decir y hacer al respecto. Nosotros creemos que puede contribuir mucho y muy positivamente en este tema. Primero , el marco general se encuentra todo él impregnado por lo que el propio documento denomina “pensamiento crítico”. Ya sabemos que ninguna materia tiene la exclusividad en esto, pero también es cierto que la filosofía lleva practicando esta competencia desde su mismísimo origen. La razón es que la crítica es consustancial al ejercicio de la actividad filosófica. Por tanto, creemos que la filosofía está legitimada para hacer aportaciones en este preciso contenido, humildemente, pero también con la sabiduría de los siglos con los que cuenta en su haber. Segundo , en la mayoría de las ocho competencias clave aparece igualmente la idea de lo crítico. Véanse algunos ejemplos. En lengua materna importa el "diálogo crítico" (si bien es cierto que se matiza con "y constructivo"). En tecnología se habla del "juicio y curiosidad críticos”. En competencia digital aparece la utilización de la información "de manera crítica", así como el empleo de las TSI "en apoyo del pensamiento crítico" y el requerimiento de la "actitud crítica" con relación a la información de que se dispone. En la competencia aprender a aprender se señala la necesidad de "reflexionar críticamente" sobre fines y objeto del aprendizaje. El pensamiento crítico parece, pues, uno de los ejes de vertebración de las competencias. En tercer lugar, en casi todas las competencias aparecen tradiciones valorativas, como no podía ser menos. Aprecio por la diversidad, en lenguas extranjeras. En matemáticas se habla de "respecto de la verdad". En Ciencias y tecnología, de "cuestiones éticas". Hasta de "postura ética de las empresas" se escribe en la competencia espíritu de empresa. No digamos de la responsabilidad del individuo como ciudadano, de los valores de los movimientos sociales y políticos y del respeto de los valores de los otros. Sabemos que todo esto tiene que traducirse a la práctica. pero no podrá negarse que teóricamente el marco de referencia europeo parte de bases y fundamentos filosóficos del mayor calado. Y es que la tradición filosófica se muestra cada vez más pujante en la construcción europea, que tiene en la filosofía una de sus líneas maestras. Hay que tenerlo en cuenta, mientras esperamos cómo se concretan los currículos. Lo que ciertamente no debería eximirnos de continuar permanentemente alerta, porque equivocarse es humano y mucho más lo es la necesidad de evitarlo. Ya sabemos que no basta con la filosofía escrita en los preámbulos de las leyes, lo importante es que eso se traduzca en el contenido de los currículos y que no se margine las materias filosóficas. El contexto musical de las declaraciones de Ordenación Académica nos suena bien, ahora sólo resta escribir una buena partitura que pueda aceptar el profesorado con la ilusión de poder ejecutarla. En la actualidad parece que asistimos a una revitalización de la filosofía en Europa a causa de la confusión que sacude los cimientos de nuestras antiguas comunidades. El pensamiento crítico, del que la filosofía ha hecho su seña distintiva desde sus orígenes, se muestra, más que nunca, como un imperativo inexcusable.
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