REVISTA Nº 90                                               

Cincuenta años sin Merleau-Ponty: la presencia de una voz ausente

            En París, el 3 de mayo de 1961, un repentino fallo cardíaco ponía fin a los 53 años de vida de Maurice Merleau-Ponty (Rochefort sur Mer, 1908 - París, 1961). Y este trágico e inesperado acontecimiento tiene hoy para nosotros un especial significado filosófico, no sólo por el vacío que dejó en el panorama intelectual del pensamiento europeo contemporáneo, sino por el sentido que todavía proyectan las circunstancias vitales en que se produjo: precisamente mientras realizaba la inseparable tarea de pensador y maestro, leyendo en su despacho la Dióptricade Descartes al tiempo que maduraba su nueva “ontología indirecta” y preparaba uno de los cursos que ese año impartía en su cátedra de filosofía del Collège de France.
            Con ocasión del cincuenta aniversario de su desaparición queremos dedicar este número de Paideía a poner de manifiesto la vigencia de su inacabado pensamiento, a la vez que deseamos rendir un merecido homenaje a quien como él supo encarnar con tanta brillantez y honestidad intelectual una doble vocación que desde sus orígenes acompaña a la filosofía: la de “pensador” y la de “maestro”. Y es que, para quienes creemos en el valor teórico y práctico de esta actividad, resulta digno de destacarse aquí el hecho de que la vida intelectual de Merleau-Ponty fuera, hasta sus últimos instantes, ejemplo del profesor que realiza su tarea en fructífera convivencia con la investigación y la creación de un pensamiento filosófico original gestado siempre en continuo diálogo con el ya constituido .
            Vale la pena señalar que su magisterio filosófico se ejerció no sólo a través de sus escritos, sino también de las numerosas conferencias y de los cursos que impartió en diferentes ámbitos académicos de cuyo auditorio han formado parte destacadas figuras como Claude Lefort, Michel Foucault, Jean Wahl o Paul Ricoeur.
            Merleau-Ponty desarrolló una brillante carrera docente que tuvo sus comienzos en 1931, siendo profesor del liceo de Beauvaix (1931-33), y que culminó con su ingreso en el Collège de France (1952) donde, hasta su muerte, fue un ilustre y digno sucesor de Bergson en la cátedra de filosofía. Entretanto había sido profesor en diferentes liceos de Chartres y París, en l´Ecole Normale Supérieure (ENS), en la universidad de Lyon y en la Sorbonne, donde fue elegido en 1949 para ocupar la cátedra de “Psicología del niño”. Desde 1946 participó en importantes encuentros internacionales e impartió cursos y conferencias en distintos países dentro y fuera de Europa, lo que sin duda favoreció su conocimiento de otras culturas a la vez que posibilitó la amplia difusión que hoy tienen su pensamiento y su obra.
            El año 1945 marcó un hito decisivo en el transcurso de su vida personal y académica porque no sólo supuso el fin de la guerra y la fundación de Les Temps Modernes con Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir -proyecto en cuya dirección se implicó muy activamente y del que fue asiduo editorialista político hasta su dimisión en 1953-, sino también porque fue entonces cuando accedió a la enseñanza superior universitaria gracias a la presentación de su tesis Phénoménologie de la perception dirigida por Émile Bréhier y publicada ese mismo año. Se trata de una de sus obras maestras y representa la culminación de un intenso trabajo doctoral previo que queda recogido en la tesis complementaria La Structure du comportement publicada en 1942.
            La importancia de ambos libros, y en especial de Phénoménologie de la Perception, fue y sigue siendo crucial en el conjunto de la obra de nuestro autor así como en la configuración de su pensamiento. Por un lado, porque en ellos se pone en marcha un original estilo de filosofía “fenomenológico-existencial” sólidamente articulada en torno al primado de la percepción como experiencia originaria y al descubrimiento del cuerpo vivido como presencia de la conciencia en el mundo y actividad expresiva y simbólica. Y, por otro lado, porque ambos escritos proporcionan el método y el marco conceptual al que de un modo u otro remiten sus trabajos posteriores.
            Las obras publicadas por el autor después de 1945 muestran una enriquecedora ampliación de este primer horizonte temático, lo que le permitirá ir desarrollando, aunque de forma siempre abierta e inacabada, su interpretación de la paradójica realidad que constituye el ser humano y su mundo. Y ello a través de reflexiones más directamente referidas a la política, la historia, la sociedad, el arte o la cultura –filosófica y no filosófica-. Podríamos recordar algunos títulos que en este sentido resultan esenciales, tales como: Humanisme et Terreur (1947) y Sens et Non-Sens (1948), sendas recopilaciones de artículos publicados con anterioridad; Éloge de la philosophie (1953), lección inaugural pronunciada con ocasión de su ingreso en el Collège de France; Les aventures de la dialectique (1955), trabajo en el que aborda, entre otras importantes cuestiones, las razones filosófico-políticas de su “ruptura” con Sastre; o Signes (1960), recopilación de los principales artículos publicados por el autor en los diez años anteriores, y cuyo Prefacio, indirectamente dirigido a Sartre, ha sido con razón considerado como una lúcida mirada sobre la situación en que se encontraba la filosofía a comienzos de 1960 y desde la que se vislumbra todo un programa de tareas para las futuras generaciones de filósofos.
            En una obra como la de Merleau- Ponty, súbitamente truncada por la muerte, es imprescindible también contar con los escritos publicados póstumamente, pues sin ellos difícilmente comprenderíamos el itinerario de su pensamiento. Algunos son de especial importancia para mostrarnos el sentido de la orientación metafísica de sus últimas reflexiones. Por ejemplo, “L´OEil et l´Esprit, artículo escrito en el verano de 1960 que fue incluido en el número especial (184-185) que Les Temps Modernes le dedicó en octubre de 1961, y posteriormente publicado como libro en 1964; La Prose du monde, manuscrito de 1950 publicado en1969 por su discípulo Claude Lefort, o Le Visible et l´Invisible, primera parte de un amplio proyecto filosófico sobre el “origen de la verdad” que quedó inevitablemente truncado y en el que venía trabajando al menos desde 1959: también fue publicado por Claude Lefort (1964), junto con un importante dossier de notas de trabajo.
            A este elenco básico de obras habría que añadir los Résumés de Cours, Collège de France 1952-1960, y las Notes de Cours au Collège de France 1958-1959; 1960-1961, publicados en 1968 y 1996 respectivamente bajo la dirección de Claude Lefort. Nos parecen de especial interés porque, si bien de manera muy incompleta e indirecta, aportan un valiosísimo material para acercarnos al rigor de su magisterio y descubrir en la variedad temática de sus cursos y en la profundidad filosófica de los mismos la fuente de inspiración que sin duda alimentaba las reflexiones críticas de sus últimos escritos.
            Mucho han discutido los expertos sobre el sentido de la evolución interna de su obra, así como sobre el alcance de la misma en cuanto testimonio de una época de crisis de la racionalidad clásica cuya sombra sigue proyectándose hoy en día; y, por supuesto, sobre la vigencia que muchas de sus propuestas siguen teniendo en diferentes ámbitos del pensamiento actual. Pero, como nos ha enseñado el propio filósofo, lo importante es saber interpretarlas y valorarlas no como resultados definitivos de una doctrina ya establecida, sino como momentos de un pensamiento siempre en marcha e inacabado. Como manifestaciones de un movimiento creador que sólo logra expresarse de forma indirecta y paradójica porque asume hasta sus últimas consecuencias lo que significa pensar habitando el mundo desde su textura carnal originaria.
            Una ojeada al índice de este número monográfico permitirá a nuestros lectores apreciar que tiene una particularidad respecto de otros que le han precedido. En efecto, aunque con muy ligeras variaciones, mantiene el formato de las secciones habituales en nuestra revista. Lo hemos hecho intencionadamente y con un doble propósito que aquí se entrecruza, a saber: respetar el doble carácter didáctico e investigador de Paideía, y poner así el acento una vez más en esa doble faceta de pensador y maestro que hemos querido destacar en la personalidad intelectual de nuestro filósofo.
            Por nuestra parte sólo nos queda expresar ahora nuestro más profundo agradecimiento a los autores de los seis artículos que a continuación presentamos, y de manera muy especial al profesor Luis Álvarez Falcón por la eficaz y generosa colaboración que nos ha prestado a la hora de coordinar este número. Con estos rigurosos trabajos deseamos proporcionar una muestra suficientemente representativa, aunque necesariamente incompleta, de cuáles son los principales ejes temáticos que vertebran la filosofía merleau-pontiana del inacabamiento. Asimismo confiamos en que contribuyan a poner de relieve la decisiva importancia que tuvo en ella el diálogo constante del filósofo francés con la fenomenología y con otras formas de pensamiento que, como la ciencia, la pintura o la literatura, estaban abriendo caminos mucho más idóneos que el de la propia filosofía al uso para llevar a cabo la tarea que debía acometer la nueva filosofía que no era otra sino la de restablecer el sentido originario del mundo percibido y acceder al “ser salvaje”, tejido carnal en el que todo se entrelaza y que constituye la fuente de toda verdad y sentido.
            Ojalá que a través de las siguientes páginas resuene el eco de una sincera y potente voz filosófica que todavía tiene mucho que decirnos, pues si, como afirmaba el propio Merleau-Ponty, el filósofo se reconoce en que “tiene inseparablemente el gusto por la evidencia y el sentido de la ambigüedad”, no nos cabe la menor duda de que él supo tener ambos y con creces.

Francisca Hernández Borque