Conocí a Javier Muguerza un poco por casualidad. Andaba yo por entonces estudiando para la obtención del doctorado en la facultad de filosofía de la UNED, que por aquellos tiempos incluía no solo la realización de una tesis, como es obvio, sino también la realización de un número de créditos obtenidos en los cursos de doctorado. Yo tenía pensada mi tesis y había escrito un plan o esquema de lo que quería que fuese. El único problema era que no tenía director y, en principio, no entraba en mis planes Javier pues suponiéndole una eminencia por aquellos tiempos no me imaginaba que pudiera aceptar dirigir una tesis que no tenía más ambición que la tesis misma, es decir, no implicaba dedicarme a una carrera de filósofo profesional en la universidad. Por ello, propuse a Luis Martínez de Velasco ser mi director, a cuyo curso de doctorado asistía. Luis me contestó que no le parecía buena idea y me propuso que contactara con Javier Muguerza, quien, según él, a pesar de mis iniciales reparos por lo antes dicho, era la persona ideal. Recuerdo que fui con escepticismo a hablar con Javier a su despacho y proponerle que fuera mi director de Tesis. Javier me recibió con una amabilidad extraordinaria y todavía recuerdo su primera pregunta: A ver Javier, ¿cuál es tu idea? Se la conté con todo lujo de detalles y con la máxima conceptualización filosófica de la que era capaz citándole libros y filósofos en los que me quería apoyar. Me miró de reojo bajando y moviendo la cabeza con una sonrisa en una posición que más tarde pude reconocer como muy característica de Javier, me dijo: “¿Quieres terminar la tesis o empezarla y ver qué pasa?” Le respondí inmediatamente que por supuesto mi intención era terminarla, que quería ser doctor. “entonces”, dijo, “olvídate de eso que me has contado y céntrate en un autor”. Me propuso al filósofo norteamericano Richard Rorty, de quién yo apenas había oído hablar. Nunca podré dejar de agradecerle tal consejo. Creo que jamás hubiera escrito esa tesis que tenía en la cabeza, pues significaba un esfuerzo ímprobo de relacionar un montón de ideas aparentemente inconexas. Tengo que reconocer que no fue un director fácil. Debido a sus numerosas ocupaciones me solía citar entre conferencia y conferencia o al final de un acto de apoyo a cualquier causa que consideraba justa, a veces en su despacho de la UNED, otras en una cafetería y muchas conversaciones telefónicas. Pero siempre sus consejos eran muy acertados y de mucha ayuda, además de sus palabras de ánimo en esos momentos en que uno, agobiado por el trabajo y las responsabilidades familiares, pensaba dejarlo todo y abandonarse a la tranquilidad de la vida rutinaria.
He podido asistir al homenaje a Javier organizado en la Residencia de Estudiantes para recordarlo y cumplir con el compromiso de duelo que se le debe a una persona querida. En ella he podido constatar de las numerosas intervenciones que la idea que yo me había hecho de Javier Muguerza en el poco trato (pero intenso) que tuve con él era compartida por muchos de los intervienientes. Alguien habló de la inmortalidad, creo que otro Javier, Echevarría. Javier ha muerto físicamente, su cuerpo no está con nosotros pero el mejor legado que nos ha dejado es que sigamos la conversación a la que él dedicó toda su vida: el pensamiento hablado en castellano. Sus alumnos y alumnas que ha tenido por allí por donde ha pasado han sido preparados para seguir pensando como lo hacía Javier. A veces pienso que esto del cerebro filósofo no es más que un truco que los filósofos utilizan para ser inmortales. Preparan los futuros recipientes de sus pensamientos para cuando ya no estén vivos entre nosotros. No sé si eso es ser inmortal, una forma devaluada de ser inmortal o una ilusión, un autoengaño de los filósofos para soñar con la inmortalidad. Pero seguramente Javier Muguerza no compartiría eso. Como dijo otro de los intervienientes de una conversación telefónica que tuvo con él en estos términos, Javier pensaba que si desde el lado de la vida no sabemos nada de la muerte, desde el otro lado de la muerte somos ignorantes de lo que pasa en la vida. No sé si podemos acceder a otra vida distinta a esta, pero lo de lo que si estoy seguro es que Muguerza todavía vive, no en cuerpo pero sí en su alma hecha filosofía.
Javier Méndez
18 de septiembre de 2019, Residencia de Estudiantes, Madrid
Los legados de Javier Muguerza