Actualidad del pensamiento crítico
Dussel, E. (2016). 14 tesis de ética. Hacia la esencia del pensamiento crítico. Madrid: Trotta, 214 páginas.
El filósofo argentino E. Dussel, nacido en La Paz y exiliado a México en 1975, huyendo de la persecución peronista en su país, conoció desde su nacimiento la pobreza. Así se expresa sobre el asunto: «La Paz era un pueblo pobre. Fuera de unas pocas cuadras, con calles de tierra, las chozas de los campesinos, paupérrimos, me dieron desde siempre la experiencia del sufrimiento, de la miseria, de la dificultad del pueblo» (en «Anthropos», Barcelona, 1999, página 14). Luego vino su compromiso en la Universidad contra el peronismo, que le condujo a la cárcel y al exilio. Quizás estas experiencias le hicieron pensar siempre en el Otro y le llevaron a actuar con una praxis de liberación hacia las víctimas. Su trayectoria intelectual, dura y en perspectiva de integración, es de primera magnitud, con 90 obras públicas.
Aunque en la tapa se diga que estos apuntes para las clases de filosofía «son el mejor compendio del pensamiento de Dussel», quizás el título más sistemático y completo sea Ética de la liberación en la Edad de la Globalización y de la Exclusión, en su última edición de 2011 y antes en 1998 por esta misma editorial. El título no deja lugar a dudas acerca del compromiso de izquierda de este gran intelectual de la América Latina. Mucho han influido en él Marx y Gramsci, así como Adorno, Jaime Guerra, Rico euro y Levinas.
Puede decirse que la construcción de su pensamiento ha pasado por tres etapas influencias. La primera, en la década de los 70, es la Teología de la liberación con el estudio del cristianismo, la Iglesia en Latinoamérica y la liberación de los pobres.
La segunda cubre la década de los 80, con el internamiento en el marxismo y la explotación del trabajo. Frente al ser como cogito cartesiano, el ser como trabajo. En el marxismo de una dimensión humanista y una buena base para la emancipación de la humanidad. En El Capital hay una ética, que debe recuperarse.
A partir de los 90 llega a la ética de la liberación, proponiendo que los latinoamericanos reconozcan su alienación y opresión, punto de partida para poder ponerse en camino de su liberación.
Se trata de un proyecto polémico, que no dejará a nadie indiferente. Y es «una ética de la liberación desde las víctimas, desde los pobres, desde la exterioridad de su exclusión» (página 15 de la edición de 1998 en Trotta). Esto le lleva a tener que superar los aspectos históricos más relevantes de la tradición ética, como el helenocentrista, el occidentalismo, el eurocentrismo y el colonialismo, así como a enfrentarse críticamente con la modernidad. Ya no tiene sentido el pensamiento único, porque la pluralidad es un hecho inevitable.
Estas 14 tesis son el material que empleaba el autor para sus clases de ética, a modo de apuntes. Tratan de ser claras y sencillas para que puedan entender los estudiantes su pensamiento crítico. En ellas define la ética como «teoría general de los campos prácticos» (página 15), por lo que es teoría y no simplemente ética descriptiva, y abarca todos los campos en que se encuentra implicada la acción humana. Así, igualmente, una fijación de la distinción entre moral y ética, y concreta su principio material y formal, sus posibilidades, operabilidad y validez.
Dedica la segunda parte a la ética crítica como prima filosofía, con especial atención al Otro y a la praxis de liberación, concluyendo en que «no es una moral del sistema vigente, sino una puesta en crisis de lo vigente desde la negatividad de las víctimas» (página 194).
J.A.
Comprendiendo a Foucault
Foucault, M. (2015). La ética del pensamiento. Para una crítica de lo que somos (Edición a cargo de Jorge Álvarez Yagüe) Madrid: Biblioteca Nueva, 400 páginas.
Considero a Michel Foucault uno de los filósofos más importantes del siglo XX. Por supuesto que esta afirmación puede problematizarse, empezando por el carácter poco convencional de la filosofía de Foucault y por la propia noción de «importante». Seguro que el mismo Foucault lo haría: ¿para quién es importante? ¿Por qué constituimos a alguien como importante y en función de qué? En todo caso es uno de los filósofos más estimulantes que he leído y uno de los que más me han hecho pensar. Pensar quiere decir aquí, por supuesto, pensar de otra manera que como habitualmente lo hacemos.
Dentro de la clasificación habitual de la obra de Foucault (aunque, como sabemos, él mismo cuestionaba la noción de obra y de autor) lo que se considera su tercera etapa es, para mí, la más interesante. Estamos hablando sobre todo de lo que produce desde mediados de los setenta. Producción que no es básicamente escrita, ya que básicamente lo que publica son los tres volúmenes de su Historia de la sexualidad. Está, por el contrario, centrada en los cursos que realiza en el Collège de France, que empiezan centrándose en las formas de poder no disciplinario y que se desplazarán hacia la temática del cuidado de sí. Que van desde su marco histórico de análisis habitual, que es el de la Modernidad (sobre todo sus inicios) hasta la época helenística romana y el cristianismo primitivo. Todo ello mientras su proyecto de análisis de la sexualidad se traslada a la reflexión sobre las tecnologías del yo.
Pero si lo más importante fueron sus cursos, la dificultad que nos encontramos es que estos no se han ido escribiendo, sino que se van publicando tardíamente a partir de grabaciones. Hay, por tanto, un trabajo abierto de comprensión de Foucault, que está en curso y que materiales como los publicados en este libro enriquecen notablemente. Hay que decir que esta edición es exquisita y hay que celebrarlo. Lo es la introducción, las notas y la parte que le corresponde a Jorge Álvarez Yagüez en la traducción (la otra parte le corresponde a Horacio Pons, un clásico en la traducción de Foucault). Los textos y las entrevistas, mayoritariamente no traducidas anteriormente al español, están muy bien seleccionados. Destacaría del conjunto algunos textos (la mayoría de los cuales son transcripción de conferencias): «Sobre el comienzo de la hermenéutica de sí», «La parresia», «El sujeto y el poder» y «La vida, la experiencia y la ciencia». El primero de los tres me parece imprescindible, entre otras cosas porque el curso del que habla, «La hermenéutica del sujeto» me parece el curso de Foucault más extraordinario y sugerente de todos los que estuvo dictando de 1970 a 1984, que ya es decir. Se trata de la transcripción de dos conferencias que aportan muchos materiales que nos permiten comprender mejor este curso, sobre todo la transformación que se da en los ejercicios espirituales (por utilizar el término de su querido Pierre Hadot) de la antigüedad tardía al cristianismo. El artículo «La parresia» (transcripción de una conferencia en Grenoble) es altamente interesante, ya que, como sabemos, es una práctica que plantea inicialmente ligada al cuidado de sí pero que pasará a ser el centro de los dos últimos cursos, en el que aparecerá en su dimensión política y como modo de vida filosófico respectivamente. El último escrito, «El sujeto y el poder» es más que fundamental, ya que Foucault hace un esfuerzo sintético para explicar sus conclusiones sobre la cuestión del poder en relación al hilo conductor del problema de la subjetividad, que define como el central de sus trabajos. También vale la pena citar, aunque sea menor, el que titula “La vida: la experiencia y la ciencia”, sobre todo porque es un elogio explícito a su maestro Georges Canguilhem. Mi amigo Francisco Vázquez García, gran experto en Foucault y en Canguilhem, siempre me había dicho que éste había sido su influencia fundamental, aunque no lo dijera muy explícitamente. Esta es la oportunidad de leer este reconocido e inteligente homenaje.
Igualmente merecen citarse tres entrevistas: la que le realizan en 1981 J. François y J. De Witt, la de varios filósofos norteamericanos importantes sobre política y ética en 1983 y la A. Fontana sobre estética de la existencia en 1984. Hay que entender el papel fundamental que tienen las entrevistas para seguir la trayectoria de Foucault. Son un complemento necesario para seguir el hilo conductor de unos trabajos que son complejos y que se van construyendo sobre la marcha, de una manera muy creativa. La primera de las tres entrevistas es crucial porque está centrada en el tema de la confesión, en el momento en que acaba de dar el curso sobre «Subjetividad y verdad», que marca un punto de ruptura con la problemática de la biopolítica en la modernidad y le orienta hacia la antigüedad y la relación que se establece entonces entre el sujeto y la verdad. Hay, además, una exposición muy precisa por parte de Foucault de algo que ha dado muchos malentendidos que es su posón respecto al psicoanálisis, más específicamente el lacaniano. Lo primero es desmarcarse totalmente de uno de sus libros juveniles, que es Enfermedad mental y personalidad. Luego marcar los dos puntos que para él son claves: por una parte su carácter terapéutico, un trabajo sobre sí ligado al invento de la confesión. Aquí su eficacia es, dice, simbólica, como el del chaman: funciona en la medida en que el paciente se lo cree. Por otra parte hay un elemento de control, que es el de un poder pastoral que dirige la conducta a través de la dirección de la mente. La segunda entrevista, sobre la definición de su trabajo como genealogía de la ética es también clarificador. Pero me queda siempre la sensación de que hay una cierta ambigüedad, una cierta confusión entre los términos ético y moral en Foucault. Aunque parece que la ética hace referencia a un arte de vivir y la moral a un conjunto de normas (obligaciones, prohibiciones) la diferencia no siempre queda clara. En todo caso la entrevista no tiene desperdicio. La última entrevista, muy breve, de A. Fontana, complementa muy bien la anterior.
En el libro aparecen por tanto todas las problemáticas de lo que se ha llamado «el último Foucault». Con matices, interrogantes y giros de un pensar que tiene una tremenda potencia, que no solamente interpela al interlocutor sino que se interpela a sí mismo.
Se trata en definitiva de un libro absolutamente fundamental para quien quiera seguir avanzando en la comprensión de Foucault. Pero que puede ser la puerta de entrada de todos aquellos que, sin ser especialistas, quieran profundizar en la obra abierta y dinámica de éste gran filósofo contemporáneo. Y el título es acertado, por cierto, porque s hay en Michel Foucault una ética muy clara del pensamiento.
Luis Roca Jusmet
Siempre el diálogo
Bilbeny, N. (2016). Reglas para el diálogo en situaciones de conflicto. Barcelona, Madrid: Universitat de Barcelona, Catarata: 190 páginas.
Bilbeny es catedrático de ética en la Universidad de Barcelona. En plena madurez intelectual y humana parece preocupado por «el problema de la falta de diálogo» (página 7) en la sociedad actual y el incremento paralelo de los conflictos. ¿Podrían resolverse los conflictos mediante el diálogo? Si no se hace así, se corre el peligro de la eliminación de los contrarios. Resulta que «el logos es, por naturaleza y cultura, concertante, nunca contrincante» (página 14).
Dialogar es propio de los seres humanos, porque tenemos la palabra como distintivo de los no humanos para superar la cultura del conflicto en la que no podemos instalarnos. Por eso hemos de conocer las estrategias de solución de los conflictos y establecer la estructura de la negociación para que no acabe mal lo que empezó bien. Sin descubrir la estructura del diálogo y de la conversación, esto no sería posible. Por eso hay que seguir una serie de reglas que se detallan, especialmente, en el capítulo nueve, aunque todo el estudio verse sobre las mismas.
¿Por qué escribir hoy un texto sobre las formas de dialogar y comunicarnos? Precisamente por esto: «Estamos en la sociedad de la comunicación, pero continúan en ella los conflictos por falta de comunicación. La gente está bien informada sobre gente que no se comunica» (página 10). Por eso el libro tiene un enfoque filosófico (teórico) y práctico. Y es que la filosofía ha sido siempre un reflejo de su propio tiempo y de sus situaciones problemáticas, que trata de orientar. Bilbeny se encuentra ahora con una sociedad de conflictos y quiere intervenir en ellos. No lo hace ex novo. En el capítulo primero recuerda a Aristóteles, que hablaba de la ciudad pluralista y no uniformista, por eso «ha de fomentar el diálogo» (página 19) para alcanzar la «igualdad en la reciprocidad» (Política, 1261b). Buen lema para nuestro siglo XXI.
La actualidad de este texto de Bilbeny está fuera de toda duda, como diariamente muestran las situaciones en las que transcurre la vida individual y colectiva.
P.
Fraenkel, C. (2016). Enseñar Platón en Palestina. Trad.: A. Herrera Ferrer. Barcelona: Ariel, 242 páginas.
Fraenkel, nació en 1971, en Berlín, y es profesor de filosofía en Montreal, Universidades de Oxford y Mc Gill. No es nada académico y durante ocho años se propuso la aventura de recorrer distintos lugares universitarios, a partir del año 2000, para discutir cuestiones que afectan a los interesados, empleando herramientas filosóficas.
En El Cairo aplicó la «cultura del debate», que es el método que él defiende, con musulmanes y egipcios. Es ateo, mientras que sus amigos egipcios tenían compromisos religiosos muy firmes. Sin embargo, pudieron hablar y el resultado fue que no se convirtió al islam, ni ellos se volvieron ateos. Avanzaron en la práctica filosófica, sin hacer proselitismo, y aprendieron a «enfocar la diversidad y el desacuerdo» (página 18), nada más, pero tampoco nada menos. Y todo esto lo que nos cuenta en este libro.
A Palestina fue con Platón en la Universidad de Al- Quds. Allí analizaron la Apología y se detuvieron especialmente en el conocido texto que afirma que la vida sin examen no vale la pena vivirla. Examinó con sus alumnos «las naciones religiosas de una manera socrática» (página 32), mientras ellos mantenían la verdad del islam. Fraenkel introdujo el interrogante de si no habría que examinar las diferentes interpretaciones del islam, incluso aceptando que fuera verdad. Después entraron en el tema del conocimiento y desde aquí se plantearon si un gobernante tiene que ser sabio para poder aplicar la justicia. ¿Es justicia la violencia? Muchos decían que sí, aunque él cree que «el pluralismo requiere aceptar las diferencias reales» (43).
En Indonesia el tema tratado fue el de «las relaciones entre ética, política y religión» (página 49). Un tema candente allí es el de la democracia. ¿Por qué aceptarla, si es un concepto de importación occidental cerrado? (página 52). Como quiera que sea, el asunto de ser planteado por la filosofía con sus propias herramientas. Si les hace caer en la perplejidad, esta «siempre puede ser una puerta hacia la filosofía» (página 67).
Se encuentra con estudiosos de la comunidad judía y trata de «averiguar si podemos usar la filosofía para resolver las preocupaciones de la vida real» (página 70). Para ello propone estudiar la Apología y el Eutifrón de Platón y plantear lo que sea una buena vida. A los estudiantes hasídicos les propone como vías Maimónides y Espinoza, que ellos han leído. A la tradición la pone frente a la razón y la razón acaba en Dios como vía de la vida. Discuten el tema clásico de si las normas morales son válidas porque son queridas por Dios o tienen validez objetiva. Y les trae a cuento la Guía de perplejos de Maimónides para introducir que quizás no haya certezas absolutas. Les atrae más Espinoza, porque consideran que fue valiente y no quiso fingir que sus ideas coincidían con el judaísmo tradicional, por eso le excomulgaron. Por último, acaba interesándose por Nietzsche y discutiendo lo de «Dios ha muerto».
El autor salta luego a Brasil y desemboca en un Instituto de Itapuá, a las afueras de Salvador, la capital del Estado de Bahía. Allí pregunta a los estudiantes qué significa justicia y democracia. Los chicos le preguntan, a su vez, si cree en Dios, porque, según ellos, «todos los filósofos son ateos» (página 99). Él, sorprendido, les pregunta si las normas morales se fundan en Dios y dependen de Él, tratando de lanzarles la idea de que la filosofía puede ser parte de la vida corriente.
Su quinta experiencia sucede en Akwesasme, «una de las mayores reservas mohawks de Norteamérica, donde viven 12.000 mohawks. Con ellos habla de valores en conflicto, de soberanía y tradiciones, etc. Y de nuevo les propone que la filosofía también puede ayudar en estos temas. Los mohawks le dicen que ellos tienen organizada su vida y su comunidad, por lo que no necesitan nada de un filósofo, algo que Fraenkel les responde que con la filosofía ofrece «herramientas para pensar en esas cuestiones y ayudar a que la discusión arranque» (página 121). A su vez, ellos podrían «enseñar sabiduría mohawks al mundo» (página 126). Igualmente, tienen un gobierno vigente, pero eso no es obstáculo para preguntarse quién debería gobernar. También hay que reflexionar sobre la propiedad que para ellos es común, lo que no impide que si alguien intenta estropear su jardín le peguen un tiro con su escopeta.
Así que éstas han sido las discusiones que ha tenido Fraenkel con palestinos, indonesios, judíos causídicos, brasileños y mohawks. En la segunda parte ofrece sus conclusiones sobre lo que la filosofía puede hacer en la vida cotidiana, mediante la metodología del debate.
Lo primero es dejar claro que la filosofía es la búsqueda de la verdad y que hay que hacerlo conjuntamente. En ninguna de las experiencias anteriores se ha alcanzado dicha verdad, es cierto, pero se han ofrecido razones válidas para ello. Enfatiza que es precisamente en el Instituto donde hay que transmitir estas herramientas básicas y cultivar la cultura del debate, en lugar de imponer la coerción y la imposición de verdades absolutas. Podemos ser falibilistas, pero no absolutistas. Esto no significa rechazar las tradiciones religiosas y culturales, pero de la misma manera éstas deben estar abiertas a las interpretaciones y las revisiones (página 175), dejando que las personas se expresen con libertad. Kant enseñó que únicamente tiene valor moral intrínseco la «voluntad autónoma» (página 160) y que uno es libre cuando puede hacer «uso público» de la razón. Incluso cuando algo sea cierto, tenemos que defenderlo en un debate. Si no lo hacemos así, serán otras instancias las que nos irán moldeando y convenciendo.
¿Por qué consideramos todavía que los desacuerdos son «una amenaza para la paz social»? (página 186). Esto no es verdad, sino que «la diversidad es algo intrínsecamente bueno» (página 188), escribe Fraenkel, aunque debemos mantener nuestras certezas y convicciones. Ahora bien, el único eurocentrismo que cabe es el crítico. Esto no es relativismo, porque, entre otras cosas, «si no hay valores universales, no puede haber una obligación universal de reconocimiento» (página 191). Siempre existirán diferencias y la filosofía puede debatirlas Desde la escuela.
Nos acercaremos a la verdad -función esencial de la filosofía- si examinamos nuestras creencias y valores de modo crítico. Debatir hace posible progresar. Para quien todo está ya definitivamente concluido no puede haber progreso. La filosofía ha de integrarse en la sociedad para seguir haciendo revisiones siempre, sin pararse y avanzando. El acercamiento a la verdad da un valor positivo a las diferencias.
Tampoco faltan notas, bibliografía e índice temático. Cualquiera puede leer este libro, aunque no sea un experto. Cuestiona, provoca y plantea mucha perplejidad en unos debates muy dinámicos.
Julián Arroyo Pomeda
Todo se va destruyendo sin remedio
García Ruiz, A (2016). Impedir que el mundo se deshaga. Por una emancipación ilustrada. Madrid: Catarata, 117 páginas.
Este es el tercer volumen de la colección «Pensamiento 21», dirigida por Manuel Cruz. Continúa con los mismos objetivos de los volúmenes anteriores. Tiene un gran rigor intelectual, sin dejar de exponer en un lenguaje claro e inteligible los contenidos que analiza. Ahora se propone pensar la herencia ilustrada de hace unos siglos, pero lo hace a la luz del presente para transformar lo que hay en el momento actual. Esto es urgente y necesario, si no queremos resignarnos a que nuestra actual existencia quede destruida. Según A. Camus, cuya cita sirve de guía, hoy no se puede ya rehacer el mundo, pero, al menos, podemos impedir que se deshaga. De aquí viene el título completo que se da a esta entrega.
Claridad desde el principio. Necesitamos «pensar desde el presente» para «dar cuenta de lo que nos sucede» (página 9). Lo que hay que pensar es el pasado nada lejano. La Revolución Francesa nos dejó tres pilares: libertad, igualdad, fraternidad (página 12). La pregunta es «qué significado tendrían hoy aquellas palabras» (página 13). A esto dedica la autora los tres primeros capítulos, terminando con una coda.
El tema de la libertad se ha convertido en un asunto incluso popular. Es invocada la idea desde el mundo educativo hasta el universo económico, social y político. No podrá decirse que carece de éxito. Así que es una especie de tesoro. Otra cosa es lo que se entienda por libertad. García Ruiz acude aquí, primero, a Hannah Arendt, que asistió al derrumbe de la misma en los Estados Unidos con el caso denominado Watergate, poniendo en tela de juicio la democracia. ¿Cómo se llegó a tal situación de crisis?, o lo que es lo mismo: «¿cómo pensar el presente en tanto que crisis?» (página 16). Analiza todo esto en dos de sus obras: Sobre la revolución y Crisis de la República. En la primera contrasta la revolución norteamericana con la francesa. No se trató de luchar por la liberación individual frente a poderes opresivos, sino de «la fundación de una libertad en común y la necesidad de establecer institucionalmente su sistema político fiel a esta realidad» (página 20), que fuera un «espacio de la libertad en común» (página 26). Esto es lo que podía haber sido, pero no fue.
De tal manera defiende la idea de libertad Estados Unidos que llega hasta a cometer desmanes en base a ella. El individualismo en aras de la libertad campa seguro, a veces, incluso en las instituciones públicas. Sin embargo, lo comunitario queda más ensombrecido y las discriminaciones racistas y de violencia armada están a la orden del día, sin que nadie se atreva a establecer algún tipo de control.
En la Crisis… reconoce el desmoronamiento de «aquel espléndido poder emancipatorio» (página 18). La autoridad no puede ser subordinación, sino respeto. Sin embargo, cada vez estamos más sometidos a los poderes, por lo que se da rechazo y desafección cada vez mayores, en lugar de trabajar por las instituciones. Nos encontramos ante «la política de la mentira» (página 40), que se institucionaliza con más fuerza y legitimidad que nunca antes. La participación política escasea en los gobiernos europeos y estadounidenses y la amplitud de los Estados impide ya la democracia directa y hasta la libertad política. Por eso no es de extrañar el «melancólico texto» (página 15) de Arendt, de 1975, A casa a dormir. Los espacios públicos escasean y crear un Consejo Estatal, por ejemplo, tiene muy pocas posibilidades, quizás se realice, como mucho y en todo caso, «tras la próxima revolución», dice Arendt, según cita García Ruiz (página 47).
Pasemos ahora a la igualdad. Si todavía se habla de la libertad, el asunto de la igualdad ya ni se nombra. En la profunda situación de la crisis actual lo que se ha incrementado son las desigualdades y pensamos que el estado de bienestar, propio de las formas de socialdemocracia, puede no volver más. Las clases medias se van destruyendo y ya no quedan más que ricos (pocos, pero con un aumento in crescendo) y pobres (ahora la inmensa mayoría), que carecen incluso de lo más básico, como la necesidad de alimentación y cobijo familiar. Así la polarización es un hecho.
La gravedad del tema de la igualdad es la de ser «la condición de posibilidad de la política misma» (página 49), lo que es demasiado serio. Aquí la autora se inspira en Rancière. Por tanto, no es una cuestión económica solamente, sino política, la desigualdad política, que discrimina la capacidad de todos para intervenir en los asuntos públicos en los que la igualdad «es una condición de partida» (página 56), lo mismo que para la democracia. Ambos conceptos -libertad e igualdad- se comunican, por lo que Balibar emplea el término de egaliberté. García Ruiz indica la fragilidad (página 75) de los mismos. Quienes enfatizan demasiado la libertad lo suelen hacer a costa de orillar la igualdad, pero una libertad sin recursos al final se queda vacía y es puramente formal.
Para que dicha fragilidad tenga fuerza hace falta la fraternidad, pero en este concepto es todavía más difícil establecer su auténtico significado. De entrada, se trata de un «principio político» (página 66) para cimentar la sociedad civil de personas libres e iguales. No puede funcionar sin un programa para ser puesto en práctica. Se parte de la idea de la vulnerabilidad de los humanos, de aquí la necesidad de crear condiciones sostenibles. Vulnerabilidad apunta a «que ningún ser humano se basta a sí mismo» (página 84), por lo que el cuidado es algo imprescindible. Hay que superar tanto el modelo contractualista como el paradigma del homo economicus. Así lo exige «una condición diferente del ser humano» (página 86). Tampoco es válido el modelo de un voluntariado «como sustituto de la política de bienestar social» (página 105). Este bienestar es el que va desapareciendo y, mientras tanto, los poderes públicos respiran aliviados porque los numerosos voluntariados cubren tal servicio.
Finalmente, hay que pensar con detenimiento la idea de fraternidad, porque, según Arendt, «la discriminación […] puede matar personas sin derramar una gota de sangre» (página 106), dice muy expresivamente.
Antes de terminar, habría que preguntar en nombre de quién se articularon los tres pilares revolucionarios. Es fácil responder que en nombre del pueblo, sí, pero la cuestión pendiente está en fijar quién es el pueblo. Debe ser un «operador político» (página 112), es decir, la frontera con el poder. No es una identidad, sino quien denuncia toda exclusión. No se trata de ponernos bajo la autoridad legítima de quienes nos gobiernan, porque, de lo contrario, el populismo puede acabar en totalitarismo, según su amenaza. Esta idea no puede ser más actual, nos bombardean con ella cotidianamente, aunque sea la máscara que oculta la mejor realidad.
Mientras tanto, en España crece agigantadamente el más profundo erial. Así definía Gregorio Morán, en 1998, los 40 años de franquismo y aprovechaba para situar aquí al maestro Ortega y Gasset. Pues bien, con esta dichosa y ya larga crisis España se interna cada vez más en la oscuridad y el asmático ahogo de una situación económica y política hundida en los recortes sin control, que acabará matando lo poco que va quedando culturalmente, en el más amplio sentido. Tanto los mejores como los peores tienen que irse de este país, porque aquí las posibilidades son prácticamente nulas. Acabarán quedando jubilados con pensiones cada vez más cortas. Algunos pensarán que esto es pesimismo pleno. Personalmente, lo considero realismo lúcido. Razón de más para leer este libro y hacer que despierte la emancipación ilustrada, porque el mundo -especialmente el nuestro- se está deshaciendo a marchas forzadas. Malditas sean las uniones europeas y los neoliberalismos a ultranza que siguen en pie de guerra contra el pueblo para sangrarlo y doblegarlo definitivamente. Esperemos que no lo consigan.
Que García Ruiz es profesora de Filosofía Contemporánea lo muestra con seguridad el entramado teórico que sustenta su libro. Los autores que cita y en los que se apoya son todos ellos contemporáneos, sin duda, aunque Camus ha cumplido ya 100 años y está más vivo y actual cada día que pasa. Que nos siga iluminando la luz del Mediterráneo y nos salve del abismo para poder constituir «la dignidad del vivir y del morir» (Camus, 1957, en la recepción del premio Nobel de literatura).
Julián Arroyo Pomeda
Ciudadanía desde la ética
Gracia, D. (Coordinador) (2016). Ética y ciudadanía 1. Construyendo la ética. Madrid: PPC, 310 páginas.
Gracia, D. (Coordinador) (2016). Ética y ciudadanía. 2. Deliberando sobre valores. Madrid: PPC, 208 páginas.
Lo primero que sorprende -y muy favorablemente, por cierto- en este libro de texto para Educación Secundaria es el título de «ética y ciudadanía». El carácter de «ciudadanía» y la materia, en cuanto tal, ha quedado eliminada por la LOMCE, después de haber sido sometido a demasiadas polémicas de corte ideológico, desgraciadamente. Hace algo más de un año y ante la pregunta a un digno diputado conservador de la anterior legislatura, por parte de un profesor de Filosofía, de porque habían suprimido «Ciudadanía», éste se limitó a espetarle: eso es una cagada. Bueno, pues ahora este libro recupera el nombre y lo hace con acierto, en mi opinión. Quizás no haya sido nunca más urgente que hoy, cuando la ciudadanía está en declive, según el título del libro de Victoria Camps.
Estos dos libros son, en realidad, uno solo en dos volúmenes. El volumen primero desarrolla tres bloques y el segundo, otros dos, siendo cinco bloques en total. Del contenido se encargan cuatro profesores de la Complutense, de los que tres son especialistas en Bioética y uno en Filosofía Moral. El quinto es profesor de Filosofía de Bachillerato y de Ética en Secundaria.
La Presentación explica el enfoque dado por el equipo, que me parece muy valioso, aunque algunas afirmaciones tendrían que actualizarse, dada la fecha de publicación reciente, el año 2016. Veámoslo. La propuesta es que el alumno descubra la experiencia moral y realice a partir de ella juicios morales y toma de decisiones. Es correcto. Después indican que «los actuales libros de ética elaborados para la Educación secundaria y el Bachillerato» (página 7) ofrecen dos enfoques: uno es el doctrinal o impositivo y otro el neutral o informativo. Hay que suponer que lo de «actuales» se refiere a los que estaban vigentes con la anterior ley, no en la de ahora, porque ya no existe como materia ni «Ética», ni «Ciudadanía». Además, en aquellos textos -y lo digo por experiencia de haber redactado también algunos- nunca se hacía a palo seco, digámoslo así, para dar doctrina o informar, simplemente. Salvo alguna excepción, que confirma la regla, no era ni siquiera posible con estudiantes de tan corta edad -los 14 años-, llenos de energías especialmente físicas (intelectuales también, no hay que negarlo, siguiendo el criterio popular más obsoleto de ‘moralistas’ de tertulia y medios de comunicación). Dicho esto, acepto la propuesta deliberativa o socrática de este libro: «La función del profesor de ética […] es deliberar con los alumnos» (página 8). Hay que enseñar a la gente joven a deliberar, de acuerdo.
En el volumen segundo la cita de Cicerón daña a los ojos tal y como viene escrita: «Oh tempora, Oh mores!» (página 9). Desde luego lo de la hache. (Oh) corrige al propio autor latino, aunque puede que haya sido por influencia de la traducción castellana, o por la expresión admirativa. Ciertamente, el latín no parece el fuerte aquí. El volumen primero ya da como etimología disco, aprender (página 7), mejor sería poner discere, lo que explica mejor discente, como el que aprende. La cosa no tiene mayor importancia, por lo demás.
En cuanto al contenido, los que no siguen un esquema de desarrollo común tomemos el primero: «La experiencia moral». Comienza con un relato bien asequible de El Principito, siguen las cuestiones de carácter ético suscitadas por él, se identifica y describe el problema moral, su interpretación, explicación de términos y las aplicaciones, la interpretación y las aplicaciones varían, tanto en extensión como en recursos. Por ejemplo, si tomamos el tema cinco, «Una ética para la ciudadanía», en la interpretación se ofrece el concepto de ciudadanía, la conquista y construcción de la misma, la ciudadanía en la historia y la ética de la ciudadanía. Después, en aplicaciones sale la canción «Frontera», el videofórum «Matar a un ruiseñor» y el experimento de Milgran. Otras veces es un comentario de viñetas de prensa, un caso histórico, una obra literaria, un comentario de texto, un hecho real, etc.
Para terminar, este libro está bien concebido y mejor organizada, desarrolla contenidos y proporciona muchos materiales para que puedan ser aplicados en el aula. Resulta valioso para los profesores de filosofía en ejercicio que tengan que impartir clases de Valores éticos, aunque sea bajo la servidumbre de ser concebidos como alternativa.
Julián Arroyo Pomeda
Sobre el progreso y otros mitos modernos
John Gray, J. (2015). El alma de las marionetas (traducción de Carme Camps) Madrid Sextopiso, 144 páginas.
John Gray (948) es uno de los filósofos anglosajones vivos más interesantes y originales. Sus trabajos filosóficos podrían encuadrarse en lo que Foucault llamaba una ontología del presente. La mirada sobre el presente de este filósofo inglés es una mirada crítica desde el escepticismo. No critica lo que hay para proponernos algo mejor, porque justamente lo que cuestiona son estos ideales universales que nos prometen liberarnos de lo somos para alcanzar un mundo perfecto. El mundo moderno, dice Gray, es una nueva forma de gnosticismo. Pensamos que el conocimiento nos liberará y en su nombre construimos utopías que acaban siendo pesadillas. En nombre profecías como el comunismo o el nazismo, o simplemente la defensa de los derechos humanos, la democracia mundial o la paz universal, se ponen en marcha los dispositivos del terror. Estamos ligados a la tierra y queremos subir al cielo, este es nuestro error. Nos consideramos sabios que podemos llegar a la perfección y somos inevitablemente criaturas imperfectas e ignorantes que nunca saldremos de esta condición.
¿Porqué no aceptar esta condición? ¿Porqué querer ser algo diferente de lo que somos?
El mito moderno del progreso como camino inevitable a lo mejor a través de la ciencia parece incuestionable en todas sus formas. Gray nos propone, modestamente, la solución estoica de buscar la libertad interior aceptando nuestras limitaciones. Como hacían los antiguos, al reconocer el destino y la necesidad de someterse a él, al evitar la hybris o desmesura. La civilización es fruto de un trabajo paciente y duro y tan difícil como es construirlo, fácil es destruirlo. La barbarie de la razón puede ser peor que la de la sinrazón. La fe en el progreso y en la ciencia es una de los grandes y peligrosos mitos del ser humano.
El camino que nos propone Gray para desarrollar este planteamiento es altamente singular. El hilo conductor son las marionetas. Las preguntas que nos provocan, como bien nos mostró Heinrich Von Kleist, son paradójicas. La perfección de sus movimientos frente a la torpeza de los humanos nos lleva a preguntarnos si nuestra conciencia y nuestra aparente libertad no son más fruto de la imperfección que de la perfección. ¿No haría lo mismo que hace la marioneta si pudiera elegir? ¿No pensaría que los movimientos que les provocamos son libres, si tuviera conciencia? Este comentario me lleva a la afirmación irónica de Spinoza, que afirmaba que una piedra, si fuera consciente, pensaría, al caer por la gravedad, que la caída es una decisión propia. La libertad es una de las profundas ilusiones del ser humano.
El recorrido del libre es ingenioso y brillante y pone de manifiesto tanto la inteligencia como la vastísima cultura del escritor. Del Golem a los aztecas, de Mary Shelley al cybrog, del asesinato y secuestro de Aldo Moro por las Brigadas Rojas a la práctica de la oujía. De la imprescindible novela Solaris de Stanislaw Lema la extraordinaria película de AndreiTarkovski sobre el mismo texto. De Interesantes y sugerentes comentarios, como los que hace a partir de Leopardi hasta los referidos GuyDebord y su sociedad del espectáculo. Un recorrido muy personal y sugerente.
De todas maneras deberíamos preguntarnos a que conclusiones éticas, morales y políticas llega John Gray. O cuales son las que se derivan de este escepticismo epistemológico y antropológico. En su caso le conduce a posiciones conservadoras y este es el problema. Preferiría pensar que el escepticismo respecto la utopías y las revoluciones, pueden llevarnos hacia posiciones reformistas y progresistas. Este animal ignorante e imperfecto lo es también relativamente y puede ir construyendo un mundo mínimamente habitable para todos. Porque de otra forma acabamos refugiándonos en un pesimismo romántico y neoconservador que acabe apoyando a la derecha como el mal menor.
Luis Roca Jusmet
Hacia un realismo especulativo
Meillassoux, Q. (2015). Después de la finitud. Ensayo sobre la necesidad de la contingencia. Prefacio de Alain Badiou (Margarita Martínez). Buenos Aires: Caja Negra, 208 páginas.
Nos encontramos aquí con un libro de lo que podríamos llamar de filosofía pura. Y filosofía pura quiere decir filosofía dura, no nos engañemos. Dura quiere decir difícil, porque las problemáticas que plantea y en las formas que lo hace Quentin Meillassoux implica estar bien iniciado en el lenguaje filosófico. No es un ensayo de lo que podríamos llamar filosofía mundana, accesible a cualquier ciudadano ilustrado. Deberíamos situarlo dentro de la filosofía académica, pero en el sentido más noble del término. No trata de cuestiones que solo interesen a especialistas, ni mucho menos. Plantea un problema que puede interesar a cualquier ser pensante: ¿Hasta qué punto podemos conocer la realidad? A partir de aquí aparecen otras, como hasta qué punto la ciencia muestra las cosas tal como son o solamente como las vemos nosotros, Para tratar el tema Meillassoux se dirige a los clásicos de la filosofía moderna: Descartes, Leibniz, Hume y Kant. A Descartes para criticarle, porque representa para él la metafísica dogmática, el intento de fundamentar un Absoluto, que no sería otro que un Ser perfecto al que acostumbramos a llamar Dios. A Leibniz para cuestiona su axioma del principio de la razón suficiente, es decir la idea de que todo lo que existe ha de tener una razón para hacerlo. A Hume para reivindicar la actualidad del problema que lleva su nombre. El problema de Hume es el de la incapacidad de justificar el principio de causalidad y, por lo tanto, las leyes necesarias en la naturaleza. ¿Cómo podemos saber que lo que ocurre siempre seguirá ocurriendo? ¿Cómo podemos saber que hay una conexión necesaria entre los dos hechos que llamamos causa y efecto? Hume era un escéptico que criticaba el sueño dogmático de los racionalistas como Descartes o Leibniz. Pero Kant dio la vuelta al asunto al plantear la salida trascendental. Se trataba de considerar el principio de causalidad como la única manera que tenemos los humanos de ordenar los hechos en forma de conocimiento. Esto estaba enmarcado en un planteamiento radical. El sujeto del conocimiento y el objeto se constituyen mutuamente. Lo cual quiere decir que es el sujeto, con sus formas «a priori» (dentro de las cuales el principio de causalidad es una de ellas) el que constituye el mundo que conocemos. Esto no quiere decir, como planteaba el idealismo de Berkeley, que es nuestra mente la que se inventa un mundo. Quiere decir que hay un ser que se manifiesta a los humanos como fenómeno. Lo que conocemos es el fenómeno y la objetividad no es el conocimiento del ser sino el conocimiento universal del fenómeno. Conocimiento universal quiere decir que los humanos podemos establecerlo de una manera común. Esto es la ciencia, lo que la comunidad intersubjetiva puede contrastar de la misma manera.
Meillassoux plantea a partir de aquí otra cuestión, que es la que él llama de los enunciados ancestrales. Estos son los enunciados científicos que dicen cosas sobre realidades anteriores o posteriores a la existencia del hombre. Si el hombre solo puede hablar de lo que se le manifiesta ¿cómo puede afirmar lo que son las cosas al margen de su existencia? En realidad todo ello le lleva al filósofo francés a plantear una contradicción muy clara: la ciencia que se constituye en Europa en los siglos XVI-XVII, lo que se ha llamado la ciencia gallean parte de la revolución copernicana que desplaza a la Tierra del centro del Universo. Cuando algo más tarde, en el siglo XVIII, Kant intenta fundamentar la filosofía que justificará la ciencia matemática, es decir, la galileana, dirá que él hará también una revolución copernicana, que es la que situará al sujeto como centro del universo. Pero esta revolución, dice Meillassoux, no es copernicana sino todo lo contrario, es ptolemaica. Porque coloca al hombre como sujeto, en el centro del Universo.
La teoría de Kant, ampliamente aceptada, es la que Quentin Meillassoux llama la teoría correlacional del conocimiento. Lo que afirma es que si no hay sujeto no hay objeto de conocimiento, por lo que el conocimiento es relativo. No es relativista porque no depende de cada individuo o de cada cultura, hay un criterio de objetividad, pero es relativo al hombre. A partir de aquí o consideramos que el único Absoluto es el sujeto, como hace Hegel, o que hay un Absoluto que no podemos pensar. Y si es así entonces se abre la puerta al fideísmo, es decir a la mística, como acaban haciendo Wittgenstein o Heidegger.
Lo que me parece muy interesare es que Quentin Meillassoux abre un camino renovador en el panorama filosófico contemporáneo, a una forma de metafísica crítica. Ya hace tiempo que lo abrió porque el libro lo escribió en el 2006 y ya ha dado lugar a muchos debates. Pero en España, que a veces va de sobrado, no nos hemos enterado. Ni siquiera se ha traducido el libro. Nos llega en traducción española desde Argentina, con la dificultad que supone algunos términos que no suenan exactamente igual. De todas maneras es una buena oportunidad para conocer a este importante discípulo de Alain Badiou (que aporta un prefacio interesante). La propuesta es sugerente. Intentar conocer al ser desde la finitud, desde la contingencia. Reflexionar desde una nueva perspectiva sobre el azar y sobre la necesidad. Acercarnos al absoluto de la finitud y de la contingencia, lo cual es para el autor una paradoja peor no una contradicción. Otra cosa es si el camino lo deben marcar las nuevas teorías matemáticas, como parece sugerir. Pero se abre un horizonte fotográficamente interesante, que no es poco. Quentin Meillassoux lo llama realismo especulativo.
Luis Roca Jusmet
Mlodinov, L. (2016). Las lagartijas no se hacen preguntas. Traducción castellana de Joan Lluís Riera. Barcelona: Crítica, 415 páginas.
Esta es la divertida y algo chusca traducción que hace la editorial Crítica de la obra del físico Mlodinov, cuyo título original es The upright thinkers. ¿A qué se debe una especie de perífrasis tan extraña? El primer capítulo habla de la búsqueda del conocimiento. Comenzó con la postura erecta que liberó las manos de los homínidos y amplió la visión para poder explorar. Luego fue la mente la que se desarrolló y nos encumbra del resto de los animales para poder pensar. La conclusión es que somos pensadores erguidos, lo que explica el título original. Empezaron las preguntas, cuya experiencia más palpable son los por qué de los niños, a lo que las ciencias respondieron con la construcción de leyes. Es necesario enfatizar «la unidad del conocimiento humano» (página 15): la ciencia es fundamental, pero igualmente lo es «que los patrones del pensamiento humano han jugado un rol decisivo en la formación de nuestras teorías científicas» (página 2).
El segundo capítulo explica la curiosidad que sentimos ante el entorno que queremos comprender y con ello sucedió la cultura y la civilización, mediante el «desarrollo de herramientas, mentales esta vez» (página 54). La curiosidad hizo al autor observar, a propósito de su hijo Nikolái, aficionado a cazar lagartijas, el comportamiento de éstas, que salen corriendo instintivamente cuando alguien se agacha para capturarlas, sin preguntarse qué pintaba una caja grande que ponían a modo de trampa para que entraran. Y es que las lagartijas no se hacen preguntas, claro. Ya tenemos, pues, el título de la producción española. Muy agudo.
Más adelante llegó el cultivo de la razón. Los protagonistas fueron los pensadores griegos, que dieron un «nuevo enfoque racional hacia la naturaleza» (página 85). Al «milagro griego» se refiere Mlodinov, siguiendo la fórmula acostumbrada, que más de uno ha cuestionado. Así surgió el principio de la ciencia, «la magna aventura de exploración que nos aguardaba. Esta es la primera parte. La segunda se dedica a las ciencias precisamente.
Sólo el principio, porque Roma fue el «declive en el interés por la filosofía, la matemática y la ciencia (página 109). La cosa empezó con la cristiandad y el Renacimiento propició un nuevo despliegue. Al universo mecánico dedica el capítulo siete, al mundo de las células y a la evolución, el nueve.
En la tercera parte plantea los límites de la experiencia humana. Átomos, leyes cuánticas y ADN son sus principales contenidos de estudio, con Dalton, Plank, Maxwell, Boltzmann y Einstein como protagonistas, entre otros. Este último reconoce su fracaso, al no poder responder lo que son los cuantos de luz. Siguen Bohr, Rutherford y Thomson. A la revolución cuántica dedica la totalidad del capítulo doce.
¿De qué depende resolver las preguntas que se han hecho los científicos? Fundamentalmente, de planteárselas de manera adecuada, viendo «el problema desde un ángulo un poco distinto» (página 352). Los procedimientos a seguir tienen que ser los apropiados.
Finalmente, se pregunta Mlodinov «en qué punto se encuentra nuestro conocimiento del universo» (página 354). Para esto no tenemos respuestas definitivas. Tampoco hay que ser soberbios y pensar que pronto alcanzaremos la «teoría del todo» (Hawking), porque no es posible todavía. Hay muchas preguntas pendientes. Los físicos recurren a que existe mucha materia oscura, que seguimos sin descubrir. El deseo de conocer tanto éste como otros interrogantes es lo que nos hace científicos
Este es un trabajo muy interesante, que se ve con agrado y que concibe la ciencia de modo global, es decir, como actividad del pensamiento humano, realizada por los antecesores erguidos.
P.
Priest, G. (2016). Uno. Una investigación sobre la Realidad y sus partes. Traducción de David Paradela López. Barcelona: Alpha Decay, 416 páginas.
Priest es en la actualidad profesor emérito de la Universidad de Nueva York, se ha dedicado a lógica no-clásica, especialmente al dialeteísmo, las paradojas y la metafilosofía. También ha investigado la metafísica, la filosofía oriental y occidental y es un gran viajero que hace exposiciones y da conferencias en muchos lugares. Estudió filosofía en Cambridge y se doctoró en matemáticas por la London School of Economics. Todo esto hace que sea un filósofo singular.
El propio Priest califica su posición lógica como dialeteísmo y la expresa en su sistema LP (lógica de las paradojas), porque en el mundo real hay proposiciones que son, a la vez, verdaderas y falsas, lo que es una contradicción genuina.
Este libro recoge una buena muestra de esta dialéctica de Priest, que trata en tres partes. El prólogo presenta una síntesis de lo que se va a exponer en cada una de ellas. Empieza aclarando que con ser uno se refiere a un sentido metafísico y que con frecuencia este asunto se representó como el problema de lo uno y lo múltiple, o el todo y sus partes. Analizará luego la posición de Parménides (todo es uno) y Platón, la paraconsistencia, el dialeteísmo, el monoteísmo y la filosofía budista.
La parte primera «trata del problema de cómo, si un objeto tiene partes, éstas cooperan para producir una unidad, una cosa» (página 39). A lo que da razón de la unidad lo denomina gluón (página 49) y se pregunta «cómo actúa el gluón: ¿cómo une las partes (incluido él mismo) para formar un todo?» (página 57). Para explicar todo esto utiliza aparato técnico. Discute si se puede llamar formas a los gluones y estudia aquí las formas aristotélicas y los universales. Continúa con el ser de Heidegger y su aporía.
La parte segunda está dedicada íntegramente a Platón, que se enfrenta al monismo Parménides: «sólo hay una cosa real: un todo sin partes, ‘lo que es’» (página 159). La cuestión es que «muchas cosas tienen partes» (página 165), por lo que es necesario estudiar la relación de las partes con el todo. Ahora bien, «Platón está sugiriendo que el uno tiene propiedades contradictorias y que ahí reside la clave para dar respuesta a los argumentos de Parménides» (página 187). Tampoco se olvida de hacer cuentas con Zenón. Cita Priest largos textos del Parménides, también de República y del Sofista y Teéteto, dado que «Platón no es tan explícito» como Aristóteles y «para conocer su postura hay que espigar en distintos textos» (página 151).
La tercera parte investiga la filosofía budista y especialmente algunos de sus temas: identidad, yo, quididad, vacuidad, lo transtemporal y las diferentes redes. Señala «la coherencia de la vacuidad», dado que el budismo afirma «la falta de fundamento ontológico de las cosas» (página 217). Priest termina con «la paz mental» (página 353), coronando así la dedicatoria del libro: «A la paz de todos los seres sintientes» (página 13), que implica entender que las personas «dependen unas de otras», por lo que es necesario «apercibimos de nuestro interser» (página 392), lo que, quizás, pueda explicar -ahora sí- la conocida sentencia de Parménides: «que todas las cosas son una» (página 393).
Una amplia bibliografía y el índice analítico cierran esta investigación de Priest.
P.
Una nueva revolución
Torralba, F. (2016). La revolución ética. Madrid: PPC, 223 páginas.
Con un titular muy periodístico, que continúa el Prólogo, hablando de indignación, desánimo, crisis, desconfianza, protesta, clamor, malestar social, etc., el autor propone una revolución, que consiste en «reivindicar la ética» (página 10), porque «sólo la ética nos puede salvar» (página 15). «¡Basta!», clama entre admiraciones, activemos el pensar, sacudamos las conciencias y adelante con la revolución ética.
Que nadie se altere con semejantes palabras. Este es un texto amable y ponderado para leer en una tarde tranquila. Lo que más me interesa decir es que Torralba presenta una fotografía de nuestra actual sociedad con sosiego, pero sin medias tintas.
Está bien la indignación, cuando conduce al «compromiso por el cambio social» (página 27). Indignación por la injusticia que vemos, según Aristóteles, por los derechos incumplidos, por dignidad, de lo contrario podría quedarse en casi nada. Vivimos en una época de «transición hacia un nuevo modelo social, económico y político» (página 31) para el que hay que fijar la agenda a seguir, cuidando los claroscuros que puede tener el compromiso, entre los que cita el puritanismo y la desconfianza.
La transición en busca de un futuro nuevo no se puede producir sin ética, porque es preciso un cambio de valores, superando las apariencias, la envidia y la soberbia para que pueda alcanzarse un progreso integral. En tal progreso habría que recuperar lo que nunca tendríamos que haber perdido, como la voz de los viejos, la tradición y el respeto a las instituciones. La ética nos compromete a buscar la bondad.
Para esto disponemos actualmente de los mejores recursos. «La red es la gran oportunidad» (página 73), escribe el autor, para la cultura, la educación y las comunicaciones. Podríamos crear un nuevo humanismo en el mundo de la globalización, donde crece la desigualdad social sin parar. Para ello se necesita una ciudadanía activa y no pasiva, como abunda en tantos momentos, por desgracia, que tome conciencia de la situación y actúe en consecuencia.
Todo esto podría alcanzarse con una alianza entre ética y política a fin de superar el objetivo que parece único de mantenerse en el poder por encima de todo, dedicándose únicamente al cultivo de la imagen, a doblegarse ante el partido y a buscar exclusivamente el electoralismo. Con esto lo único que se consigue es el desprestigio ante la ciudadanía, que ve a los políticos como seres deshonestos y nada decentes.
Un consumo responsable y mesurado es una buena base para empezar, así como la sensibilidad para reconocer la existencia del otro y no explotarle ni humillarle. Y es que Torralba no tiene ningún miedo a mantener que se trata de una revolución del corazón («la ética es un movimiento del corazón», página 216), o del espíritu, escribe citando al Premio Nobel de la paz, 1991, Aung San Sun Kyi, o de la misericordia.
La crisis que nos envuelve podría dar lugar a la emergencia de valores como la paz, la solidaridad, la sobriedad y a nuevos proyectos, que son una oportunidad, en definitiva, para cuidar la tierra y trabajar por la unidad humana, acogiendo también las culturas indígenas. La perspectiva es abrir el pensamiento para no olvidar a las generaciones futuras. Termina proponiendo un decálogo para un nuevo mundo.
En medio de un discurso literario completamente civil, Torralba deja caer, de vez en cuando, especialmente al final, ecos teológicos innegables. Son sus convicciones, siempre respetables, que podrían debatirse, desde luego, porque orientan por donde debería ir la revolución que prometía el título. Hay puntos en los que yo no soy tan optimista. ¿Porque no va a haber futuro sin esta ética que el autor propone? ¿Acaso por eso todo el mundo se apunta hoy a la ética, que antes se consideraba como una opción propia de conservadores? Yo no veo que «en la actualidad […] la ética es anhelada por todos los colectivos, por todas las organizaciones públicas o privadas» (página 11). No está tan claro ni es tan fácil la cuestión. Ni siquiera me parece que tenga que haber una alianza entre ética y política. Desde Maquiavelo, que Torralba critica, la política es autónoma y creo que está bien que sea así. Cada una tiene sus propios garroteros. Si la ética es aceptada por todos los colectivos, ¿cómo explicar entonces la corrupción estructural en la que nos encontramos enmarcados? ¿Por qué no se acaba con esta carcoma que nos rodea? Aquí parece que sólo es honrado quien no tiene la oportunidad de enriquecerse. Nuestra cultura picaresca nos ha calado hasta bien dentro. ¿Quién podrá parar el hiperconsumo en una sociedad que lo convierte en creación de puestos de trabajo tan escasos? La ejemplaridad brilla por su ausencia, precisamente. La asignación de poner la economía al servicio de la persona es, si acaso, una ingenuidad en el mundo globalizado, que requiere de otros remedios mucho más contundentes.
En todo caso, y a pesar de mis dudas, creo que hay que leer este libro y discutir sus tesis como se merecen, porque plantea, desde una perspectiva determinada, eso sí, la imagen del mundo en que vivimos y que todos sufrimos, por otra parte.
Julián Arroyo Pomeda
Un puente entre Ciencias y Humanidades
Wilson, E. O. (2016). El sentido de la existencia humana. Traducción de X. Gaillard Pla. Barcelona: Gedisa, 155 páginas.
Wilson es un reconocido y prestigioso biólogo, que trabaja en Harvard como profesor de investigación emérito. Escritor de gran claridad y profundidad, analiza aquí el significado de la existencia humana.
Al profesorado de filosofía, que ahora se encuentra en su madurez, el título de la obra de Wilson le resultará familiar, porque en la década de los 70 el último tema de Filosofía de tercero de bachillerato -el 21- se titulaba precisamente así: «El sentido de la existencia humana». El tema seguía todavía a finales de los 80. A partir del 2000 en el Bloque Primero, «El ser humano», se estudiaban «Los orígenes biológicos del ser humano». Todo esto me ha llevado a leer con gran interés este trabajo de Wilson y, ciertamente, no me ha defraudado. Por el contrario, me parece digno de admiración que un científico intervenga en la cuestión del sentido, precisamente hoy, cuando mayor es la separación entre ciencias y humanidades, con menosprecio expreso de las últimas en nuestra ley de educación vigente, LOMCE, incluyendo a su promotor, el ínclito ministro Wert, que se empleó a fondo para apuntillar tanto las humanidades como la filosofía.
Este trabajo breve, pero importante, se organiza en cinco partes y quince capítulos cortos. Empieza preguntándose por qué existimos como especie en el planeta. La respuesta nos la da la Biología: «La humanidad surgió… por su cuenta a partir de una serie acumulada de acontecimientos durante la evolución» (página 14). No hay meta, ni otro poder que el nuestro. Después llegó la evolución cultural, que amplió lo biológico de nuestra singularidad. No se puede hablar de metas, ni del misterio de la vida, porque no lo hay: «La existencia humana quizá sea más sencilla de lo que pensábamos» (página 21). Al pertenecer a un grupo, tenemos que hablar de la importancia del comportamiento social.
Para conocer todo esto, necesitamos de la ciencia y de las humanidades en una unidad de conocimiento. La razón es que «comparten una misma base» (página 31). La Ilustración lanzó la idea de que los humanos pueden conocer para decidir después. Pero estos ideales fueron cuestionados en el siglo XIX y Wilson propone recuperarlos hoy, acabando con las dos culturas, precisamente ahora que hay una explosión del pensamiento científico. «Las humanidades, y sus artes creativas más respetables, poseen la capacidad de expresar nuestra existencia de una forma que por fin empieza a hacer realidad los sueños de la Ilustración» (página 41). No hay que extrañarse de que un científico conceda tanta importancia a las humanidades, porque «son la historia natural de la cultura, y nuestro patrimonio más privado y preciado» (página 45). Éstas pueden seguir evolucionando y con ellas descubriremos «aquello que nos hace más humanos» (página 48).
Comparando nuestra especie con otros seres vivos, nos daremos cuenta del sentido de la misma. A veces nos admiran los comportamientos de otros animales, pero Wilson rebaja del entusiasmo y pone el ejemplo de las hormigas. Contesta categóricamente que en el plano moral no nos pueden enseñar nada. No es difícil recurrir a otros ejemplos similares. Ni tan siquiera los extraterrestres -si es que existen- son ningún modelo, porque la cuestión hay que centrarla «en la transmisión de la cultura» (página 79). Ante el ocaso de la biodiversidad y el incremento de la polución, lo que se nos plantea es una opción moral, así como un sentimiento de decencia, que no sentimos. «Somos la única especie que ha comprendido la realidad del mundo viviente, que ha visto la belleza de la naturaleza y que le ha dado valor al individuo. Sólo nosotros hemos valorado la cualidad de la misericordia entre los de nuestra clase. Ahora, ¿podríamos preocuparnos también por el mundo viviente que nos dio a luz?” (página 103).
Para avanzar en la línea de la explicación científica es necesario que nos liberemos precisamente de nuestras flaquezas intelectuales, entre las que Wilson explicita el instinto, la religión y el rechazo en la práctica del libre albedrío por parte de los neurocientíficos.
Concretando, en aras de la claridad, acerca del instinto Wilson se expresó así: «El instinto de los humanos es básicamente el mismo que el instinto de los animales. Sin embargo, la nuestra no es la conducta genéticamente inalterable e invariable que exhiben la mayoría de especies animales» (página 108). No pretendamos, pues, elaborar autojustificaciones sobre esta base.
Acerca de la proclamación por el Papa Pío XII, en 1950, de la ascensión de la Virgen María al cielo, cita a Carlson, el cual contestó, con gran ironía, cuando le preguntaron por ello, «que no podía descartarlo porque no estuvo presente, pero que una cosa tenía clara: seguro que la virgen se desmayó al superar los nueve kilómetros de altura» (página 119). Wilson zanja del tema con igual contundencia: «La mejor forma de vivir en este mundo real es liberándonos de los demonios y dioses tribales» (página 122).
El tema del libre albedrío es algo más delicado. Por una parte, los neurocientíficos estudian la base física de la conciencia, dejando el libre albedrío para los filósofos, pero conciencia y libre albedrío alguna relación deben tener, lo que lleva a pensar en cierta base material común. Los recuerdos de los seres humanos exigen un yo (mente, alma, etc.). Por eso mantiene que el libre albedrío existe «por lo menos en un sentido operativo necesario para la cordura y, por lo tanto, para la perpetuación de la especie humana» (página 131).
La parte quinta plantea si hay un futuro humano. En la era tecnológica en que vivimos evidentemente hay muchas más opciones e igualmente más riesgos y responsabilidades. Para poder elegir se impone el hecho de la libertad. La razón no es difícil de entender. Si no fuimos creados por un ser sobrenatural, sino que somos fruto del azar y la necesidad, entonces «estamos completamente solos», es decir, «que somos completamente libres» (página 135), pero «no somos malvados por naturaleza» (página 137): podremos encauzar nuestros conflictos internos y nuestras inestabilidades emocionales con el raciocinio y desde la base evolutiva o científica, aunque no basta sólo ésta, porque «si nuestra especie tiene un alma, ésta reside en las humanidades» (página 143).
Wilson concluye con la misma posición del principio. Ciencia y humanidades son distintas e independientes, sí, «pero sus orígenes se complementan el uno al otro, y surgen de los mismos procesos creativos del cerebro humano» (página 144).
Este es un libro para leer y disfrutar de la grandiosidad de la existencia humana que Wilson explora. Nos ayudará a superar muchos malentendidos y confirmará el hermanamiento de ciencia y humanidades, entre los que el autor construye un puente necesario.
Julián Arroyo Pomeda
Ejercitar la mente para pensar más y mejor
Zimmer, R. (2016). La filosofía como gimnasia mental. Traducción de Belén Santana y Manuel de la Cruz. Barcelona: Ariel, 334 páginas.
El autor empieza ofreciendo un manual de instrucciones a quien desee manejar este libro, porque en él van apareciendo gran cantidad de materiales que han de manipularse en el taller.
Hay como dos grandes partes para recorrer. La primera es introductoria y hace posible el conocimiento de dicho taller. La segunda ofrece la caja de herramientas para trabajar las principales cuestiones desde la lógica hasta Dios, la visión del mundo, las leyes universales, la mente y la conducta humana, la necesidad de la justicia, la felicidad o la justificación de la moral.
Insiste su autor en que este trabajo no ha de leerse en la forma tradicional, sino a modo de entrenamiento para ejercitar la mente. Hay que conocer los textos e ir haciendo los distintos ejercicios que se proponen. Cada uno de los capítulos incluye una excelente ilustración que ocupa dos páginas con el contenido que se va a tratar sobreimpresionado y, además, se propone como autónomo, a fin de que cada uno confeccione su propio menú. Todo esto está hecho con mucho sentido del humor y posibilita que pueda trabajarse con agrado y sin cansarse demasiado.
Como es natural, comienza por decir qué es la filosofía y cuál ha sido su historia. Resulta que «es algo universal», «está en todo lo que nos rodea» y para terminar con ella antes habría que «acabar con el ser humano» (página 19). Quizás por eso se abusa incluso de su nombre, porque, al fin y al cabo, nos topamos con ella. En una palabra, «la filosofía forma parte de nuestra naturaleza» (página 20) y actualmente seguimos pensando y así continuarán haciendo para siempre los entornos humanos, que necesitan liberarse de prejuicios, despertar, razonar y realizar la imprescindible tarea crítica. Luego distingue la filosofía de la religión y de la ciencia, porque es un saber que está siempre atento a los problemas que surgen en la vida diaria para iluminarlos.
Llegados aquí, el autor se pregunta quién empezó todo esto y da una contestación escueta: «Los griegos, claro está, hace unos 2500 años» (página 31).
Tal contenido viene salpicado con materiales que se van insertando en las diferentes páginas, entre otros ejercicios los denominados «Rompecabezas filosófico» y otro que llama «Se busca filósofo». Asimismo aparecen textos en forma de «Píldoras filosóficas», «A propósito de…» (para informar de autores), etc.
Ahora queda saber cuáles son los temas y problemas filosóficos. Aquí presenta la lógica, como herramienta para comprobar la validez de las argumentaciones, y después, la filosofía teórica (Metafísica/Ontología, Antropología y Teoría del conocimiento) y la práctica (Filosofía política, Ética o Filosofía moral) para ocuparse de las cuestiones del comportamiento. Termina con la filosofía clásica de la antigüedad, que acaba «cuando fundamentalistas religiosos de diversas facciones» se revelaron «contra los filósofos mundanos y contra del debate público y crítico sobre cuestiones filosóficas» (página 82).
A partir de aquí hay que abrir la caja de herramientas de la filosofía con un capítulo sobre lógica, lenguaje y argumentación, con los numerosos textos y ejercicios habituales: «A propósito de…», «Rompecabezas filosófico», «Prueba de lógica», «Píldoras filosóficas», «Pros y contras», «Se busca filósofo», «Portal informativo», «¡Dale al coco!», etc. Todo ello tiene el propósito de que el lector se ejercite en el pensamiento.
El capítulo seis trata de Dios: «¿Que queda de Dios en la filosofía, más allá del nombre?» (página 120). Quedan las múltiples informaciones proporcionadas por los filósofos, las pruebas y argumentos ofrecidos, que son analizados y pensados de nuevo.
Se ocupa después del cosmos y la historia. La ciencia proporciona leyes causales y la filosofía añade algo más, a través de muchas preguntas: hasta dónde llegan las explicaciones causales, si existe el azar, si somos libres de nuestros actos, si el determinismo elimina la libertad, el asunto de la probabilidad, etc. (página 168).
Todavía resta hablar de la mente humana, el yo o el alma, el sujeto. Todo esto ¿es realidad, ficción o misterio? Hay que ocuparse de ello no mediante textos sagrados o revelaciones, sino «de una forma objetiva, racional y crítica» (página 193), como es propio de la filosofía
En qué consiste la justicia (página 222) y cuáles son los derechos de los ciudadanos ante el Estado es un asunto que preocupó a la filosofía desde los griegos. La Ilustración, los derechos humanos y la democracia fue «el centro del debate alrededor de la justicia» (página 223). Más adelante se planteó si contribuyen más a la justicia la libertad o la igualdad. Luego vino el tema del liberalismo social, el bienestar y la seguridad e, incluso, la relación entre moral y felicidad, que amplía los ámbitos de la Filosofía moral.
Es éste un libro de gran utilidad, está muy bien editado y permite visualizar cada punto mediante un suave color, que lo hace atractivo en su presentación. Es muy apropiado para trabajar en las aulas de Secundaria.
Julián Arroyo Pomeda
Contra desigualdad lucha de clases
Žižek, S. (2016). La nueva lucha de clases. Los refugiados y el terror. Traducción: Damià Alou. Barcelona: Anagrama, 137 páginas.
Este es un libro de circunstancias y situaciones de completa actualidad. En efecto, los ataques de noviembre de 2015 en París y el acuerdo sobre refugiados entre la Unión Europea y Turquía para desviarlos de Europa, igualmente en noviembre de 2015, quedan a sólo unos meses de distancia. Y ante tales acontecimientos es necesario preguntar qué tenemos que hacer. No vale como respuesta el neoliberalismo anglosajón, ni tampoco el capitalismo autoritario. Ya no, porque estamos a punto de perder la escasa democracia que había en Europa. Tampoco sirve el modelo franco germano: salvar en lo posible el Estado del bienestar de la vieja Europa. ¿Entonces?
La crisis requiere un nuevo comienzo para decidir desde la raíz qué es Europa y qué significa ser europeo. Ante todo, hay que enfatizar «el núcleo emancipador de la idea de Europa» (página 23), sin rechazar los valores culturales occidentales, confundiéndolos con el colonialismo eurocéntrico. El modo de vida europeo no está amenazado por la inmigración extranjera, sino por el capitalismo global. Tampoco tiene que atemorizarnos hacer una crítica al islam, aunque resulte una injusta frivolidad acusar de fanáticos fundamentalistas a los pertenecientes a la comunidad musulmana en su conjunto. Fundamentalismo hay, también, en el judaísmo y el cristianismo (de esto aporta Žižek ejemplos más que evidentes y suficientemente conocidos).
La violencia es uno de los temas más preocupantes en la actualidad: «no hay nada que aprender de ella» (página 55), sentencia Žižek, sólo queda analizar la situación económica y social en que vivimos, que, en síntesis, podría resumirse en que «el actual desorden es la auténtica faz del Nuevo Orden Mundial» (página 51). El capitalismo global y las intervenciones militares son la causa profunda de todo lo que está sucediendo. Las economías locales están siendo ahogadas y los recursos explotados ilegalmente, pero nunca protestamos contra las empresas extranjeras y sus enormes tecnologías, siempre justificamos este hecho con que dan trabajo. Con ello se va produciendo una nueva esclavitud.
A todo esto habría que oponer una nueva lucha de clases para cambiar la realidad, en lugar de creer los sueños publicitados. Libertad para todos los ciudadanos, proclama la Unión Europea, pero «el ejercicio de esta libertad presupone ni más ni menos que una revolución socioeconómica radical» (página 63). Mientras no se consiga esto, sólo las mercancías circularán libremente, pero no las personas.
Las amenazas y el terror no proceden de los extranjeros, del prójimo que nos inquieta, no son cosas e intrusos los que vienen del exterior, a quienes excluimos. ¿Por qué somos incompatibles los seres humanos, que coincidimos todos en la dimensión universal de humanidad? Ahora bien, cuidémonos de entender bien el concepto del prójimo, porque hay una idea muy popular y correcta políticamente de que todos somos iguales, y no es verdad, porque tenemos una posición social (de clase) y es ésta la que determina lo que realmente somos: «no existe un nivel cero de humanidad» (página 93). Hacer lo que consideramos mejor no es suficiente, porque falta añadir que debemos hacer lo que sea necesario.
¿Y qué es lo necesario en la actual situación? Algún control es necesario para solucionar el gran problema de los refugiados, y también algunas limitaciones. Nadie negará esto, pero el asunto es cómo solucionar esta gran crisis. Sólo con controles y limitaciones no se va a conseguir. Hay culturas incompatibles entre sí, estilos de vida muy distintos y formas diferentes de ver el mundo. Es necesario, pues, establecer unas normas mínimas obligatorias para todos y tolerar los distintos modos de vida. Puede que esto no sea suficiente y necesitemos «proponer un proyecto universal positivo que compartan todos los participantes y luchar por él» (página 115), ampliando así la perspectiva del planteamiento del futuro.
La humanidad, según Žižek, está amenazada por el capitalismo global, pero, siendo realistas, «no hay ninguna alternativa claramente perceptible» (página 123). Éste es el drama: la Unión Europea ha fracasado. Hay que pensar nuevamente la lucha de clases: «Lo que hay que recuperar, pues, es la lucha de clases, y la única manera de hacerlo es insistir en la solidaridad global con los explotados y oprimidos» (página 126). ¿Acaso no es esto una utopía? La respuesta de Žižek es siempre muy directa: «Quizá la solidaridad global sea una utopía, pero, si no luchamos por ella, entonces estamos realmente perdidos, y merecemos estar perdidos» (página 127).
El texto de Žižek se puede leer de un tirón, a pesar de los profundos asuntos que plantea. Es un discurso pleno de actualidad, que analiza con extraordinaria finura los acontecimientos vividos más recientes: París 2015, los fundamentalismos (no sólo del ISIS), los refugiados del Sur de Italia, de Grecia y de Turquía, los carnavales de Colonia, las Torres Gemelas, entre otros acontecimientos. Todos ellos quedan bien documentados en las últimas páginas de Notas. Es ésta toda una reflexión seria de Žižek sobre el presente, que se atreve, provocadoramente, a meter el dedo en los ojos de cualquier ciudadano. Merecidamente se ha ganado Žižek la fama de ser el filósofo más ilustre y valiente del presente siglo XXI. Nadie como él sabe contar los conflictos cada vez mayores que amenazan a Europa. Con el filósofo esloveno la lechuza de Minerva emprende el vuelo en la primera luz del amanecer. Kant, ante la alternativa de pensar u obedecer, decretó los dos elementos: «Obedece, pero piensa». Reflexionemos sobre la clase de sociedad que queremos y pongámonos manos a la obra. Globalización es radicalmente desigualdad y este es el camino que se nos propone. La política emancipatoria, en cambio, no puede esperar más.
Julián Arroyo Pomeda.