El tiempo existe como un discurrir. Es su paso, su movimiento, lo que hace que lo percibamos. En ausencia de movimiento no hay tiempo. En estricto sentido, el tiempo no existe, solo existe las cosas que cambian, pero para la percepción humana su existencia es una necesidad para la conciencia del presente. La conciencia del tiempo es abrumadora, es inquietante, incluso se diría insoportable en una mezcla de desesperación y esperanza. El tiempo es una invención que nos ayuda a soportar la eternidad. Para ello, hemos inventado la palabra y con ella dividimos y cerramos el tiempo para crear los ritmos, visiones y así poder engañarlo. Al cerrar el tiempo con la palabra tomamos conciencia del mundo en crisis, de la radical soledad en la que nos encontramos y de la conciencia del fin, de la muerte que se nos aparece como una noche oscura y fría. Soledad y crisis es lo que nos queda. La negación de uno mismo como búsqueda de la perfección. Solo la nostalgia del recuerdo puede devolvernos la esperanza.
Javier Méndez. Doctor por el Departamento de Filosofía y Filosofía Moral en la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Actualmente, es catedrático jubilado de Enseñanza Secundaria. Es miembro del consejo rector de la Sociedad Española de Filosofía y Plataforma de profesores de Filosofía (SEPFI) y director de la revista Paideía. Revista de Filosofía y didáctica filosófica . Ha colaborado con las editoriales Oxford y Laberinto-Edelvives como autor de libros de texto de Filosofía y Ética. Ha publicado dos libros de filosofía: La Lengua rota (2013) y Solo ética (Ápeiron Ediciones, 2019), y uno de poesía: Sustancia y Sombra (2015). Es colaborador en diversas revistas de Filosofía en las que ha publicado varios artículos además de dar conferencias y charlas sobre filosofía moral.