Mtro. José Martínez Arellano. Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
El único intento que el hombre puede hacer para despertar, para acordar y vivir con entera lucidez consiste precisamente en filosofar. De suerte que nuestra vida es, sin remedio, una de estas dos cosas: o sonambulismo o filosofía. Yo lo advierto lealmente antes de empezar: la filosofía no es sueño ―la filosofía es insomnio― es un infinito alerta, una voluntad de perpetuo mediodía y una exasperada vocación a la vigilia y a la lucidez.
J. Ortega y Gasset (La razón histórica).
La época actual, según Lipovetsky, es caracterizada por el predominio de un acérrimo individualismo al que denomina narcicismo y hedonismo1. Nada mueve la voluntad o el espíritu sino tiene por delante una dádiva, un ingrediente para el amor a sí mismo. San Pablo en la Primera Carta a los Corintios2, advierte que: “si yo no tengo amor, nada soy”. De este modo, como docentes podemos ser un nicho de virtudes, poseer muchos títulos académicos, ser políglotas, poseer un conocimiento amplio de técnicas y estrategias pedagógicas, pero si no amo lo que hago, lo que digo o lo que muestro, no soy nada, no soy nadie. Ninguna tarea docente tiene sentido si no está impulsada por el amor, no sólo a sí mismos, sino por los y para los “otros”3. El problema no es de inteligencia o sabiduría, sino de disposición, compromiso y vocación, que pocos estamos dispuestos a hacerlo4.
San Agustín se preguntó: “¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé”5. Y desde esta duda agustiniana, deseo hablar de una experiencia personal que al mismo tiempo se extienda a otras experiencias, el ejercicio de un diálogo interno que narre la experiencia de la vivencia de la docencia como un espacio que contribuye a la construcción de la esperanza, el encuentro y de la imaginación. Al mismo tiempo, quienes nos dedicamos a la docencia entendemos que la labor implica reflexionar, relacionarnos, discurrir, dialogar, compartir, organizarnos, significa tejer una narrativa de nuestra labor, donde el hilo conductor es el sentido a cada jornada. Por eso, planear una clase de filosofía es urdir una historia que manifiesta nuestro ser docente.
Cuando voy de camino a la Preparatoria, a la Escuela, al lugar donde comparto el salón de clases, me asalta constantemente una pregunta: ¿Qué es aquello que hace que todos los días me levante y vaya al encuentro con los estudiantes? ¿Qué es aquello que me llena de entusiasmo y alegría, a pesar de la ingratitud de algunos, de viajar entre ruidos y obstáculos cotidianos para entrar al salón de clases y compartir la enseñanza? No lo sé con certeza y cualquier respuesta sería arriesgada. Finalmente, ¿Qué es aquello que mueve y le da sentido a mi ser docente? Sin duda, los manuales, los cursos, los talleres y conferencias dicen mucho sobre el docente, su labor y los nuevos desafíos, sin embargo, no me dicen a cabalidad lo que implica el ejercicio de la docencia, a saber, una pasión6 y un placer7.
Otras preguntas que constantemente aparecen son: ¿Por qué la escuela, la Prepa, la Institución, viven una profunda crisis, porque ha dejado de ser ese lugar de “creación” (poesía)? ¿Por qué cuando caminamos entre los pasillos, olvidamos que transitamos entre la vida, entre personas, entre humanos, entre colegas y compañeros? ¿Por qué se nos olvida el encuentro, el saludo, el diálogo? ¿Nos han arrebato o hemos renunciado a la palabra? El diagnóstico nos pone anuncia la renuncia a la palabra, al λóγος que se encarna cuando nos enraizamos con el “otro”, con los “demás”, con los que aprenden y con los que enseñan. Por eso, la palabra muerta es aquella que no tiende puentes, que se queda ahogada en el silencio, pero cuando se comparte, cuando se expresa, cuando otros la escuchan, cuando entra en contacto con el otro, es entonces cuando la palabra se saborea y se degusta.
En este sentido, ¿qué es la Escuela, la Preparatoria, la Institución educativa? Esa misma Escuela, Preparatoria o Institución educativa “somos nosotros”, no es una abstracción, ni una simple construcción inerte, ni mucho menos un período que inevitablemente tenemos que enfrentar, son el “ser mismo y sus habitantes”, de este modo nos alejamos de esta visión en la medida en que esos “nosotros”: Docentes y estudiantes, en fin, todos los que la habitamos la Escuela, inventamos y reinventamos la existencia y la vida.
Por otro lado, la docencia es misterio que entraña muchas preguntas difíciles de responder o inexplicables, pero nos arriesgamos a ofrecer algunas respuestas sobre nuestra actividad docente, el quehacer cotidiano que no se queda en las cuatro paredes de salón de clases, sino que escapa por las puestas y ventanas para descender hasta los lugares más lejanos. Pero la docencia es también ministerio8, es servicio, es conversación, es diálogo. Este imaginario se da cuando entramos en contacto con nuestros alumnos, como un lector que tiene contacto con el libro que lee, como un amante que conquista a la amada. El docente entra en contacto con su “otro”, como el pintor y sus materiales, como el músico y la partitura. Se trata de un diálogo con nuestros alumnos, un contacto cotidiano en los pasillos y en las aulas de clase, cuando dialogamos con los colegas, cuando planeamos, cuando tenemos juntas académicas, cuando narramos, cuando compartimos nuestra historia. La docencia como ministerio es “transcendencia” que supera la reflexión de “sí mismo”, del solipsismo y el cubículo que nos secuestra, es “extramuros”, porque trasciende las paredes, el egoísmo, la fama, que se expresa volcándose hacia los demás.
Todo lo anterior es lo que surge de mi reflexión sobre la docencia, de mi ubicación, del imaginario; como dice Luis Villoro: mi “figura del mundo”. Así, pienso en una docencia que se expresa, se dialogo y se comparte. Una docencia que se relata, que se construye de los sentidos y del conocimiento, ambos universos se encuentran y se funden los horizontes. La docencia no sólo es racionalidad: nómina, vacaciones, tabulador, asistencia, carrera magisterial, puntaje escalafonario, papeles, juntas, calificaciones, oficinas, esto es “enajenación institucional”, es vivir en la “Escuela de papel”, donde se privilegian los “trámites administrativos”. La docencia es interacción y contacto, es diálogo y expresión que son la materia y forma que dan vida a la actividad que vive en nosotros y en la que nosotros vivimos.
Allí están la docencia y los estudiantes que habitan en mi mente, que todos días imagino y que me mueven a seguir construyendo cada noche aquellos caminos que me lleven al encuentro con mis alumnos, a planear y edificar diálogos auténticos, a inventar nuevas historias. Por ello, la docencia como ministerio, se traduce como una forma de educar y enseñar en el aula de clase, como un proyecto de “dar la vida por el otro”, una dimensión ética sobre la docencia que salve a los demás, al docente mismo. No podemos dejar de velar, de estar alertas porque el sueño nos acecha. Hoy en día el docente está obligado a no dejar de expresar, de compartir, de pensar que se debe a los demás, no dejar de conquistar cada noche una historia más humana y fraterna en la arena de la enseñanza. La docencia auténtica no es inmediata, horaria, cada día, cada noche es tejer una nueva historia que le dé sentido a nuestra actividad, a nuestro ser docente. Cuando una persona está auténticamente feliz, quiere decir que está en armonía consigo mismo y con su ambiente.
Por ello, si caemos en la tentación de creer que hay una naturaleza filosófica, eterna e inmutable que la acción docente debería respetar y asumir, y que la naturaleza de la experiencia filosófica desarrollada por los alumnos depende netamente de la orientación didáctica que el profesor imprima su práctica docente, entonces estaremos reproduciendo la sobrevivencia de los estudiantes frente a una enseñanza de la filosofía inútil y una docencia enajenada.
Por el contrario, me parece más razonable reconocer que todo aquello que sucede en la clase de filosofía es resultado de múltiples mediaciones, entre ellas las producidas desde lo que dice, hace y piensa el profesor, y desde lo que dicen, hacen y piensan los alumnos, tal como se ha presentado en el inicio de este trabajo.
Bibliografía:
Abbagnano, Nicola (1996). Diccionario de Filosofía, México, Fondo de Cultura Económica.
Beuchot, Mauricio. «Hermenéutica analógica y crisis de la modernidad». Universidad de México (Revista de la Universidad Nacional Autónoma de México) 567-568 (1998).
Cerletti, Alejandro (2008), La enseñanza de la filosofía como problema filosófico, Libros el Zorzal,Buenos Aires, Argentina.
Gaos, José. (1979).Confesiones profesionales. México, Fondo de Cultura Económica.
Lipovetsky, G. (1999). La era del vacío, Editorial Anagrama, Barcelona.
Nicol, Eduardo. Del Officio en Boletín Filosofía y Letras, no. 1, septiembre-octubre, 1994, México, UNAM.
Obiols, Guillermo (2008). Una introducción a la enseñanza de la filosofía, Buenos Aires, Argentina, Libros del Zorzal.
Torres J. Alfredo-Vargas Lozano, Gabriel (2010). Educación por competencias ¿lo idóneo?, Libros del Centenario de la Revolución Mexicana, México, Torres Asociados.
Villoro, Luis. (1993). “Filosofía para un fin de época” en Revista Nexos, México, mayo.
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NOTAS
1Lipovetsky, G. (1986). La Era del Vacío: Ensayos sobre el Individualismo Contemporáneo. Barcelona: Anagrama.
2Biblia de Jerusalén (2000), Editorial Desclée De Brouwer, 1 de Corintios, Cap. 13, 1-3.
3En una entrevista con el Académico Edgar Morales Flores, Profesor de Textos Filosóficos Medievales y Renacentistas y de Problemas de Filosofía de la Historia y de las Ciencias Sociales en la Facultad de filosofía y Letras, aseguró que no existe una sola definición de amor. Edgar Morales resume el amor en dos sentidos: Eros y Ágape, el primero se refiere al amor carnal, sensual, erótico y el amor divino, espiritual.
En este sentido, José Gaos evoca la imagen de Sócrates como la encarnación y modelo de enseñanza de la filosofía “que expuso y encarnó como nadie y para siempre el eros pedagógico”. Cfr. Gaos, José. (1979).Confesiones profesionales. México, Fondo de Cultura Económica, p. 84.
4Por vocación filosófica se entiende no sólo la investidura profesional, el título universitario o el nombramiento académico, sino también la capacidad de mirar dentro de lo oscuro, la capacidad de poseer una mirada hacia la profundidad. La comprensión de sí (biografía personal) y la posición didáctica (profesión).
5San Agustín, Confesiones, XI, 14,17.
6Este término puede significar: 1) lo mismo que afección, o sea modificación pasiva en el sentido general del griego pathos y del latín passio, 2) lo mismo que emoción, lo cual determina la acción de control y de dirección ejercida por una emoción determinada sobre la personalidad total de un individuo humano, en Abbagnano, Nicola (1996). Diccionario de Filosofía, FCE, México, p. 892.
7La definición más hermosa y completa la ofreció el buen Aristóteles. “El Placer es el acto de un hábito conforme a la naturaleza” (Ética Nicomaquea, Libro VII, 12, 1153a 14), definición en la que debe recordarse que hábito significa “disposición constante”, en Abbagnano, Nicola (1996). Diccionario de Filosofía, FCM, México, p. 916.
8Ministerio, en sentido etimológico: ministerium-ii (n); significa servicio, función, servidumbre. En este sentido, por mi parte, entiendo que nos debemos a los demás. Qué ejercicio de la docencia es un “servicio”, esencialmente un docente no sólo vive para sí, sino que su actividad cobra sentido cuando de expresa con sus alumnos.