C.TEJEDOR. Didáctica de la Filosofía. Madrid. SM. 1984.
El libro se divide en cinco partes. La primera trata de la problemática entre «enseñar filosofía» (Hegel) y «enseñar a filosofar» (Kant). La segunda se centra en la enseñanza de la filosofía y la tercera recoge el «enseñar a filosofar». La cuarta parte sobre las actividades didácticas y la quinta sobre los textos filosóficos.
Respecto de la problemática o dilema del «enseñar filosofía» y «enseñar a filosofar», el autor, basándose en las opiniones de los filósofos y en su propio talante filos6fico, se muestra integrador. Hay que «aprender filosofía» y hay que «aprender a filosofar»,
quedando las grandes preguntas siempre abiertas.
En la segunda parte, C.Tejedor muestra también una actitud prudente y realista, pues la experiencia docente enseña que para ordenar la mente de los alumnos/as no hacen falta muchos conocimientos sino sólo unos pocos y fundamentales, los cuales incidirán de forma efectiva en el desarrollo de la personalidad del alumno.
En la tercera parte de la obra se intenta desvelar el significado del pensar o «filosofar» a través del siguiente esquema: 1. Formar conceptos. 2. Prescindir de los preconceptos. 3. Analizar los conceptos. 4. Relacionar conceptos. 5. Utilizar conceptos. 6. Crear conceptos originales. La enseñanza de la filosofía debe ir dirigida sobre todo a despertar el carácter creativo del alumno. Fomentar la actividad de la «inteligencia creadora» es tarea vigente del profesor de filosofía.
La cuarta parte está dedicada a las actividades, expresadas a través de un amplio repertorio de las mismas: formación de conceptos, mapas conceptuales, vocabulario, descubrimiento, dilemas, conflictos cognitivos, recurso a la experiencia, aprender métodos y creatividad. C.Tejedor añade además una lista de recursos, entre los cuales destaca el diálogo. No obstante, pensamos que dado la importancia de este último recurso como actividad eminentemente filosófica, debería haber dedicado una mayor atención al tratamiento del mismo.
La última parte trata de los textos y de la trascendencia de los mismos para el aprendizaje filosófico. Particularmente interesante resulta el enfoque interactivo que le da el autor, ya que en su opinión es el propio lector quien descubre el texto construyéndolo y otorgando el sentido del mismo. Indudablemente se trata de una aportación mutua -lector y texto-, pero es necesario huir de la preponderancia del uno sobre el otro, es decir, de los extremos. Según C.Tejedor, una sana relación lector-texto exige tanto una actitud subjetiva como objetiva.
Así pues, el valor de la obra, cuya lectura recomendamos especialmente a los futuros profesores de Filosofía de Educación Secundaria, estriba por un lado, en la fundamentación del marco teórico en la tradición de la didáctica filosófica y, por otro, en la propia práctica docente del autor como profesor de Filosofía en centros de Educación Secundaria.